Miss Aragón y yo

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Tarde de domingo. Suena el timbre a media tarde. Cuatro voces infantiles. Cuatro sobrinos. Vienen con su madre, mi cuñada, que trae a tres amigas. Me las presenta. Dos invisibles y ella: “Ha sido Miss Aragón”, me dice la mujer de mi hermano mientras me guiña un ojo. “¡Qué bombón!”, pienso. Elegante, distinguida, correcta, formal. Apenas abre la boca. Tiene unos ojos grandes del color de la boca del metro. Me mira. La miro.


Ella, prudente, está en silencio. Observa todo. Mi cama, la mesilla, el armario empotrado, las estanterías, la ventana abierta con vistas a varios tejados llenos de gatos; me da la sensación de que le incomodan los maullidos y corro la cortina.


-Eres muy guapa. Seguro que te lo han dicho un montón de veces. Y más, ahora que has ganado un concurso de belleza. Qué original soy, ¿verdad? Así me va, le confieso.


Miss Aragón en mi casa. Miss Aragón y yo. ¡Guau! Una verdadera pena que sea ganadora de un certamen, pero de belleza canina…


Juan Iribas Sánchez de Boado