CELEBRA SU SEMANA GRANDE

San Sebastián, en la cuenta atrás

A pesar de las rencillas derivadas del 2016, es de ley reconocer que la capital guipuzcoana tiene un atractivo innegable.

El abordaje pirata, con motivo de la Semana Grande
San Sebastián, en la cuenta atrás
JAVIER ETXEZARRETA

Faltan cinco años para que San Sebastián sea escenario de la Capitalidad Cultural Europea. Faltan, probablemente, cinco segundos para que esta página acabe convertida en una diana en el despacho del alcalde Belloch... A pesar de las rencillas derivadas del 2016, es de ley reconocer que la capital guipuzcoana tiene un atractivo innegable y que, entre su festival de jazz, de cine y la presente Semana Grande, se ha convertido en destino vacacional de no pocos aragoneses.


Así pues (latiguillo que dado el caso que nos ocupa incorporaremos hasta el final), urge, pues, recorrer y disfrutar San Sebastián, a pesar de que para algunos pueda contener alguna que otra contraindicación, y aquí cada cual que entienda lo que quiera... Que entienda, por ejemplo, su desapacible meteorología que este verano ha puesto muy difícil a los turistas darse un chapuzón en la Concha. Eso sí, aún sin baño, su 'entrada' nada tiene que envidiar a la del estadio de Anoeta porque el paseo marítimo está siempre hasta arriba aunque solo sea por los moteros que se detienen junto al Náutico a otear triquinis o por los aguerridos jóvenes que, indolentes, no les importa que al salir de las aguas del Cantábrico sus carnes luzcan gélidas y amoratadas.


Sus mejores vistas -las de la Bella Easo, se entiende, no la de los cuerpos semicongelados- corresponden a lo alto del monte Igueldo, donde además hay un parque de atracciones (una auténtica reserva 'kitsch') que este año se volverá centenario. También más de cien años tiene el tiovivo de los jardines de Alderdi Eder, uno de los rincones más románticos de la ciudad, prácticamente, donde se inicia la popular balaustrada que con decimonónico diseño recorre toda la playa. Pasear por la Concha de principio a fin (con parada para echar el vermú en la terraza del balneario de La Perla) tiene premio: al final nos topamos con el Peine (así, en singular) del Viento del no menos singular Eduardo Chillida.

Pinchos y chacolí

«Disculpe, amable caballero, ¿podría indicarnos un buen lugar para comer?». «Ahí va la hostia, para comer todos lugares son buenos». Con su habitual don de gentes y su risueño donaire, el valeroso donostiarra nos invita a perdemos en 'lo viejo' y hacer un maratón de tapas. «Ahí va la hostia, que aquí se llaman 'pintxos', anda que como te oyera mi 'aitá'». A veces seguida de un 'chico', a veces acompañada de un 'pues', en todos los bares el «ahí va la hostia» corre más rápido que el chacolí. ¿Tendrá algo que ver tanta hostia (con perdón) en el origen etimológico de Donostia? Dejemos tal debate a los filólogos...


Los maldicientes pueblos vecinos se cachondean un poco de las fiestas de San Sebastián porque, dicen, el plan de Semana Grande de Donosti consiste todos los años en ver los fuegos artificiales -siempre con presencia de Pirotecnia Zaragozana- y en la compulsiva ingesta de helados. Cosa que, oigan, pues está muy bien y, si además se completa con un viajecito en el tren chu-chú (allí es 'txu-txu'), pues mucho mejor.


Sin embargo, si hay un transporte que ha eclosionado en San Sebastián en los últimos años ese es la bicicleta. En dos ruedas se pueden recorrer los tradicionales atractivos como la catedral del Buen Pastor, el palacio de Miramar o el Teatro Victoria Eugenia, kilómetro cero del lujo y el glamur. Esta vez, la mejor vista está sobre el puente de Santa Catalina (nada que ver con la Middleton) sobre el río Urumea, donde también se ve el hotel María Cristina, donde se despliega la alfombra roja en el festival de cine.


Otros clásicos donostiarras son los cubos de Moneo del Kursaal (también sede del festival), el ensanche de Amara o la zona de Okendo, que si la mentara el ministro Blanco bien podría confundirlo con Ikebana, como Ikea con Ibaka. Antonio de Oquendo y Zandategui, para nosotros, fue un almirante del siglo XVII curtido en mil y una batallas (los marineros vascos fueron muy activos en la colonización española) y hoy en día el señor Oquendo presta su nombre a una céntrica zona comercial.


Encaminados de nuevo a 'lo viejo', no muy lejos está el tesoro oculto de la Bretxa, esto es, el mercado donde bajaban los 'baserritarras' o campesinos de los caseríos a vender sus productos. Hoy es un centro comercial al uso (esto es, con McDonald's incluido) pero en los soportales, a pesar de las cadenas de 'fast food', aún perviven varios puestos del tradicional mercado. Tan tradicional como la visita al acuario para los que somos de secano -el enorme esqueleto de ballena que da la bienvenida lleva allí desde 1928- o como sacarse unas fotos junto a esculturas de Oteiza, cuyos nombres son mucho más largos que esta exigua línea que ya se extingue.