OCIO EN LA CIUDAD

Marineros en Zaragoza

Donde no llega el agua, no crecen higos. Pero sí se pueden generar espacios de ocio y fiesta relacionados con el líquido elemento aunque el Ebro baje casi seco.

Puerto de Zaragoza
Marineros en Zaragoza
HA

Todavía recuerdo esa tarde, esa noche, esa madrugada. La chica de las pecas cuestionaba mi futuro. Quizás mis pasiones nunca le importaron demasiado. Yo era jovenzuelo. Por aquel entonces no tenía que dejarme crecer patillas para tocar algo de pelo en mi cabeza. Después de haber oxidado una notable porción de mi escasa sustancia gris en la Escuela de Ingeniería, deambulaba ocho horas al día en Opel España embarcado en proyectos que jamás diseñé. Por la tarde, me sentía desarrollado de verdad en Heraldo de Aragón. Periodo de incertidumbre para la chica de las pecas. Para mí constituía una certidumbre absoluta. Una tarde aparecí con cara de circunstancias en la redacción. Se me aproximó Alfonso Zapater, que entonces desconocía mi nombre. «¿Qué te pasa, muchacho?», dijo el maestro. Le conté. Y él contestó que la mancha de mora con mora verde se quita. Y esa noche me fui por ahí con Alfonso y con Antonio Belío. Primera lección de la auténtica Universidad de la Vida. Alfonso se retiró a casa entrada la madrugada. Con Belío debuté en la arena del 'Bambi'. Y ese día conocí a Encarna. Y por allí estaba Luis Alegre. Y Maribel Verdú. Y Jorge Sanz. Y un concejal en estado de enajenación mental transitoria. Y allí también vi Juanjo. Y a Valero, del que Belío decía que controlaba de política (tiene mérito hablar de política en una tierra que carece de políticos?). Y luego fuimos al único bar que quedaba abierto, el de la estación del Portillo. Y a la hora de misa de infanticos acompañé a 'Beli' a su casa, esencialmente para abrirle la puerta. Por supuesto, ese día no pisé Figueruelas.

Zapater y Belío no constan en los textos de la Facultad de Periodismo, y eso que ahora se puede cursar en Zaragoza. Grueso error. Belío consideraba el Periodismo como un oficio. No se imparte en el aula, se aprende en el caminar, en la observación diaria. Hay que pisar la calle, saber del palo que hablas, intentar tratar al personal al que te refieres. Conocía palmo a palmo Zaragoza, tanto los lugares de acceso libre como los de acceso restringido, esos a los que hay que golpear la puerta para entrar. Lo tenía visto de las pistas de balonmano, pero jamás había hablado con él hasta llegar al Heraldo. Persona distante, Belío. Me aproximé muchísimo a él en esta casa. El primer contacto fue el día que estalló el caso de la mafia policial. Un político había pagado con la visa de su partido en los clubes de la zona del Madrazo. Guillermo Mestre tenía que ir a hacer fotos al club y solicitó compañía para la visita. Rápidamente, Belío se prestó para ir al lupanar. Yo pululaba por la tercera planta sin rumbo fijo tras haber telefoneado para tomar varias crónicas de fútbol regional. Me dijo que me dejara de gaitas, que si lo mío era el Periodismo de verdad, tenía que ir al garito; que si no iba, me tenía que dedicar a redondear bizcochos. Y allí acudí. Y allí tuve que hacer de actor para las fotos, tomando por la cintura a una muchacha colombiana que cortaba la pana.

Al otro día, en mi casa me preguntó mi tía si juntaba letras en el Heraldo o qué hacía. De figurín, obviamente, tenía escaso futuro?

Otro día les hablaré más de Belío, de la cuadrilla con Herraiz, el doctor Carlos Paños, Pablico Ferrer y otras egregias firmas de la inmortal ciudad. Vamos con Alfonso, que me estoy extendiendo demasiado en los preámbulos y esta historia va del mar, matarile. Además del remedio contra la mancha de mora, Zapater me habló del Periodismo como si de un sacerdocio se tratara. Lo es. Su pasión era Aragón, la tierra que pisó pueblo a pueblo. En sus últimos años venía al Heraldo a escribir la columna El Solanar.

Desde otros medios seguían demandando su opinión. Jamás le oí elevar la voz. La excepción acaeció una tarde que le llamaron desde 'La Verdad' de Murcia. Alfonso recibió la llamada en su mesa, al lado de la sección de Deportes. Le preguntaron acerca del trasvase del Ebro. Zapater les contestó que ya era demasiado mayor para consentir preguntas como ésa, que estaba hablando con el Heraldo de Aragón de Zaragoza, que ésta era una casa muy seria y que la cuestión del agua no procedía.

Concluyó sugiriendo que si querían hablar de agua, tenían que acercarse a Los Monegros. Cogió un sofoco de miedo Alfonso esa tarde. Para atenuar el acaloro, le acompañé esa noche con Belío hasta su casa tras hacer una paradita en la guarida de Moby Dick de la calle María Moliner.

Ni una gotica

Ese día concreto, la subida de azúcar de Zapater me hizo comprender la trascendencia real del agua en Aragón. Solo hay que ver el Ebro cómo baja estos días. Está para mandarle unas fotitos a los murcianos. Caudal por debajo del nivel de seguridad, estipulado en 30 metros cúbicos por segundo. Este volumen es el que salvaguarda los ecosistemas acuáticos y permite absorber los vertidos sin causar daños. No les cuento cómo estará Alfonso por allá arriba? La industria del ocio le tiene que echar una imaginación enorme para tratar el líquido elemento. Incluso se han montado un puerto y todo. El Puerto de Zaragoza se encuentra en el embarcadero de Vadorrey. Creatividad extraordinaria para dotar de verosimilitud un escenario en el que el agua escasea en verano. Abundantes deleites en este espacio multiocio que nos presenta el atento Jofi. Se puede degustar un buen bocado en formato bocata o en plato, tomarse un copita por su sitio, pasear, escuchar música agradable, de vanguardia, además de unas preciosas vistas al Ebro. Distintos ambientes, niveles de decibelios y luxes. De lujo.

Si el Ebro confirma su condición de río torrencial (¡¿cómo se puede permitir hablar de trasvase de un río que carece de un caudal estable?!), pasaremos a hablar de la mar océana, que de las terrazas de al lado del río parlaremos otro día. En Zaragoza, ya que no tenemos mar, nos referiremos a un barco: el Titanic. Barco hundido, pero barco. En la plaza de Roma de Zaragoza hay un bar con el mismo nombre.

Por dentro, ambientación de la nave, antes de hundirse, claro. Esto es, sin agua. A primera vista, se aprecia el esqueleto de los pasillos y algún camarote. No resulta complicado hallar en las paredes las imágenes de los actores que interpretaron la película, Leonardo di Caprio y Kate Winslet. Además de lo obvio, bastantes objetos extraordinarios, como la relación de fallecidos ofrecida por el The New York Times, la imagen del capitán Edward John Smith, e incluso de los astilleros donde se construyó el transatlántico en Harland and Wolff (Belfast, Irlanda del Norte). Lugar pintoresco. Solo resta solicitar la melodía de Celine Dion.

Concluiremos la travesía en el Barlovento. Siempre viento favorable junto a Vicente y Jaime. Copas de las 'barbies' en Zaragoza. Ambiente acogedor. El camarote de un barco trasladado a la calle de Francisco de Vitoria. Y bitácora. Y nudos. Y un galeón español de la batalla de Trafalgar. Dan ganas de cantar el 'porompompero', como todo español que se precie de tal condición debe hacer ante la estatua de Nelson en Trafalgar Square. Aquí somos de Churruca. Aquí hablamos de la mar, que es como el mar, pero pronunciado con el cariño que siempre debe acompañar al género femenino. Charla distendida hasta entrada la madrugada. Humor taurino en la barra cuando atiende Vicente. Combinados de dos orejas y rabo. En su defecto, al menos vuelta al ruedo con fuerte petición de trofeo. Además de motivos marineros, en la pared cuelga la partida de defunción de Manuel Rodríguez 'Manolete'. A su lado, la imagen más trascendente de la historia del toreo en Aragón.

Ya la cité anteayer, pero hoy procede repetirla si nos referimos a esta local: Álvaro Domecq, Gabriel de la Casa y Raúl Aranda junto al General Franco en la corrida de la Beneficencia de 1972. Para más información, pregunten por Vicente en Barlovento. Después de las vacas, es el que más entiende de toros. Del trasvase, qué pena que nos haya dejado Alfonso Zapater para explicarles. A él le gustaba hablar clarito. Como el agua. Aquí solo quedamos marineros en tierra.

Había una vez un barquito... El Puerto de Zaragoza, junto al embarcadero de Vadorrey, nos traslada a un ambiente marinero. Comer, beber, vivir y navegar acompañados de música de vanguardia.