"Si no me muevo, igual no me ven", la estrategia de camuflaje del búho chico

Buho chico entre las ramas de un olivar, en la Hoya de Huesca
Buho chico entre las ramas de un olivar, en la Hoya de Huesca
E. VIÑUALES

Quieto, estático, muy tieso, con las ‘orejas’ altas y en estado de alerta. Así estaba este búho chico (Asio otus) que confiaba en el camuflaje de su plumaje, mimetizado entre las ramas de un olivar abandonado de la comarca de los Monegros, muy cerca de la Hoya de Huesca. Como hacen muchas otras rapaces nocturnas, su ubicación y postura podría “dar el pego” y parecer que se trataba de un tronco o una rama más de esa salvaje arboleda. Y él sabía bien que si se movía y levantaba el vuelo, su presencia sería delatada. No se inmutó, sólo miraba atento, con esos grandes ojos.


El búho chico de la imagen era un adulto que tenía el nido muy cerca, y para estas fechas de finales de abril y primeros de mayo sus polluelos ya estaban volanderos y no andaban muy lejos. La seguridad de la familia estaba en riesgo, y ante la presencia de un ser humano lo mejor era pasar desapercibido o, en todo caso, poner en jaque su propia vida antes que la de su descendencia.


Me fui acercando poco a poco. A cada paso, una foto. Así hasta que llegué a la distancia mínima de enfoque del teleobjetivo. Tras tomar esta foto cambié la dirección de mi aproximación y me marché sin que él levantara el vuelo.


ESTRATEGIAS DE CAMUFLAJE

Observado por el hombre es un ave que suele mostrar claramente esos dos penachos cefálicos u ‘orejas’ bien desarrolladas, que no sirven para oír y que según en la posición en la que se hallan indican el estado de alarma del individuo: si una persona u otro posible peligro se acerca a su lugar, este las despliega y las pone eréctiles.

Mirando el rostro del búho chico se distingue que las plumas que quedan entre los ojos y el pico forman una X blancuzca, generalmente bien contrastada. Su plumaje es de colores discretos, siendo el macho más pequeño y pálido que la hembra.


Esta rapaz nocturna de mediano tamaño -unos 36 cm de altura- tiene un gran oído y una vista excelente. En Aragón ocupa hábitats muy variados, pero generalmente precisa de bosques o, cuando menos, de árboles. Prefiere las masas forestales de coníferas con campos de labor cercanos, siendo ya excepcional en áreas de montaña. Presente especialmente en sierras, somontanos y valles bajos, es un animal discreto y silencioso que únicamente en época de cría emite una llamada breve y apagada.


VUELO SILENCIOSO

Aprovecha los nidos de viejos córvidos –cornejas y urracas- y suele ser fiel en época de reproducción a sus viejos territorios de cría. Apenas se le observa durante el día, puesto que las horas de luz solar las pasa oculto, perfectamente camuflado e inmóvil, entre las ramas del bosque.


Como el resto de los búhos y lechuzas aragoneses su vuelo también es silencioso, gracias a los flecos y pelillos que poseen sus plumas.


Se alimenta principalmente de ratones de campo y topillos… tal y como se deduce del examen de esas pelotitas de tamaño oscuro que no son otra cosa que los restos no digeribles de sus presas, es decir, los huesos, pelos y caparazones de pequeños roedores e insectos que traga enteros. Estas bolas reciben el nombre de ‘egagrópilas’ y se acumulan debajo de sus habituales posaderos.


Equipo: Cámara Nikon F-90X. Objetivo Tamrom 400 mm. Película de diapositiva Fuji-Velvia 50 ISO.


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