DESDE CANADÁ

Una fiesta diferente en Hawai

Aunque escribiendo desde Vancouver, esta semana me permito la licencia de narrar una historia acaecida a millas de distancia de la ciudad donde vivo, en otro país. Una historia de muerte, vida y celebración. Ocurrió en Hawai.


Hace unas semanas estaba de vacaciones en la isla más occidental de Hawai, Kaua’i. Una tarde me encontraba paseando por la playa del pueblo de Kapa’a, por un camino entre palmeras, con el mar a mi derecha y una línea de pequeñas casas a mi izquierda. Al fondo del camino, en el espacio entre el mar y una de las casas, se podía observar a un grupo de gente, alrededor de cincuenta personas, tocando música, bailando el “hula” (típico baile hawaiano), comiendo, bebiendo y riendo. Esa misma mañana había tenido lugar el Festival del Coco (Coconut Festival) en la misma ciudad con lo que asumí que sería gente continuando la celebración, así que me uní a la fiesta.


En un momento dado, sentada a mi lado estaba una mujer en sus cuarenta. Hermosa ella. Hawaiana, de pelo negro adornado con una flor, ojos almendrados, y tez dorada por el sol. El vestido que llevaba era amarillo. Irradiaba alegría. Le pregunte cuál era el motivo de la fiesta. Ella me respondió: “Mi tío murió ayer. Esta es su casa y todos nosotros, su familia. Estamos honrando su muerte celebrando su vida”. Mientras me lo decía una sonrisa asomaba a su boca y una lágrima recorría su rostro.


Fue sin duda la experiencia más impactante que tuve en Hawai. ¡Hay tanto que aprender de otras culturas y otras filosofías de vida, y de muerte! ¿No sería maravilloso, nosotros católicos educados en la rigidez de la vida y la sobriedad de la muerte, que cuando muriéramos hicieran en nuestro honor una fiesta hawaiana?