MONEGROS

Resistir en La Masadera

Los últimos vecinos Araceli, Juan José y Joaquín residen en este pueblo de 20 casas situado a 13 kilómetros de Sariñena.

Araceli Loscertales tiene 74 años y junto a su marido, Juan José Naya, y un vecino, Joaquín Tricas, vive en La Masadera. Son los tres últimos habitantes de esta localidad, que se encuentra a unos 13 kilómetros de Sariñena. De hecho, la mayoría del tiempo la casa de esta vecina es la única habitada de las más de veinte existentes, aunque asegura que esta circunstancia no le provoca ningún temor. "¿Qué va a pasar si nunca pasa nada? Si tuviéramos riquezas...", afirma.


A las doce de la mañana llega el panadero, una cita que se repite cada dos días y que se convierte en el único momento de una larga jornada en la que el reloj cobra cierto sentido. Durante los últimos 40 años, el mismo tiempo que ha transcurrido desde la retirada del coche de línea, desde Peralta de Alcofea, además del pan, llega repostería y algunos otros productos frescos de la mano del mismo hornero, que es el único, además de algún agricultor que cultiva las tierras cercanas, que atraviesa el pueblo de forma habitual.


Desde las proximidades de la casa del matrimonio se desplaza al encuentro de Joaquín, que tiene 70 años, es soltero y vive solo en el otro extremo de la localidad. "Ya le digo que si algún día se pone malo, que avise", advierte Araceli. "Si da tiempo...", le replica Joaquín. Los tres vecinos, que se definen como los guardianes de La Masadera, intentan verse a diario, aunque los dos hombres salen mucho al campo e, incluso, todos ellos suelen desplazarse con frecuencia hasta Sariñena. "Yo voy todos los días, al menos, allí hablo con uno y con otro" ya sea "en el bar o en la calle", explica Joaquín.


"Hasta 32 críos"



Las ausencias, como en muchos pueblos de Los Monegros, son las que siempre están presentes en las conversaciones de estos vecinos. En su memoria se mezclan las marchas más recientes de aquellos que ahora viven en Sariñena, Barbastro o Zaragoza con el recuerdo de pobladores mucho más lejanos. De este modo, coinciden al evocar los años de la posguerra cuando había una maestra, que tuvo "hasta 32 críos matriculados" y que fue capaz de "enseñarnos todo lo que sabemos de números y letras", señala Juan José, que ha cumplido ya 78 años.


Precisamente, las antiguas escuelas se han convertido en el actual club social de la localidad. En la parte de arriba, existe una estancia, de alrededor de 20 metros cuadrados, en la que se celebran las misas y en la que espera, bajo una sábana, San Lorenzo, el patrón. El resto de los santos del pueblo, al igual que todas las llaves que abren estas estancias y la propia iglesia -en estado ruinoso desde hace unos 15 años- están en posesión de Araceli. "Aunque pocos, somos personas, y necesitamos un club social donde reunirnos durante las fiestas o celebrar un funeral, que como la iglesia se cae a pedazos, tenemos que hacerlos en la plaza", denuncia Juan José.


En concreto, la última celebración fue el bautizo de la nieta del matrimonio y tuvo lugar el pasado mes de junio. "Aunque mi hijo vive en Zaragoza, lo quiso hacer aquí", apunta Araceli. Es en fechas puntuales cuando algunos vecinos vuelven al pueblo a disfrutar de las fiestas o de la tranquilidad que tanto valoran sus actuales moradores, aunque como advierte Joaquín: "Vienen y se van". "Aquí no hay trabajo ni servicios y de la agricultura, pocos pueden vivir", explica.


No obstante, hay quienes han decidido rehabilitar algunas casas y pasar aquí sus vacaciones, como es el caso de una familia de origen catalán, que "hasta trajeron champán en las fiestas y, como lo hacen ellos, en la etiqueta nombraban a La Masadera", recuerdan con orgullo. Pero son pesimistas. Ninguno de ellos augura un futuro a la población y creen que con su ausencia caerá en el olvido.