Goya en HERALDO (II)

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La lista de quienes se han ocupado de Goya en este diario es interminable. Pero ha habido autores que se han destacado.

Por su parte, el suplemento ‘Artes y Letras’ ha contado con dos colaboraciones del profesor, ‘Goya. Retrato de señora con mantilla’ (21-4-91), sobre el Goya adquirido por el Gobierno aragonés, y ‘Goya en el mundo’ (18-4-96), una apretada síntesis de la presencia del aragonés fuera de su patria, escrita con motivo del 250 aniversario goyesco. Y en el suplemento extraordinario del centenario del periódico (20-9-1995), habló de ‘Goya y Bayeu, hermanos políticos’. Toda una permanente y magistral lección de goyismo.

Los goyistas 
Valenzuela La Rosa y Del Arco

Ya comentamos, al hablar de los aniversarios goyescos, cómo una de las primeras figuras que se ocuparon con dedicación a Goya en HERALDO DE ARAGÓN fue la de José Valenzuela La Rosa, director del periódico (1906-1914) y fino crítico de arte, además de uno de los animadores del centenario de la muerte de Goya, en 1928. El primer artículo que recogemos con su firma es el del 20 de febrero de 1911, y tiene un título significativo respecto a la necesaria asunción del paisanaje del pintor: ‘Los hombres de Aragón. Goya’.

Un importante capítulo de los artículos de ámbito goyesco escritos por Valenzuela tendrá relación con el más fervoroso de los admiradores de nuestro genio aragonés, el pintor vasco Ignacio Zuloaga, el autor de la compra de la casa natal de Goya y uno de los más firmes impulsores de la gloria de Goya en estas primeras décadas del siglo. Precisamente ‘Los amores de Zuloaga’ será el título del artículo de Valenzuela La Rosa del 20 de marzo de 1916, en el que manifiesta el entusiasmo goyesco de Zuloaga -a quien los chicos de Fuendetodos llamaron Zurriaga en su primeras visitas al pueblo, por la dificultad de pronunciar correctamente su apellido- y su deseo de construir en la localidad fuendetodina unas escuelas en la casa de Goya.

Habla también Valenzuela del proyecto de realizar en Zaragoza una exposición con obras del artista vasco, lo que se llevó a cabo en mayo de aquel año y dio origen a numerosos artículos en las páginas del periódico, entre ellos algunos del propio Valenzuela. Así, el 21 de mayo tenemos, con el título ‘Las obras de Zuloaga’, un repaso a toda la exposición, en la que dominaron retratos, paisajes y cuadros heroicos. Al pintor vasco acompañaron en su exposición una serie de artistas aragoneses y a ellos se refirió también Valenzuela en ‘Los pintores aragoneses en la Exposición Zuloaga’ (25-5-1916), tales como Marín Bagüés, Ángel Díaz Domínguez, Gil Bergasa, Aguado, Luis Gracia, Pallarés, Casanova, Rocasolano, Hermenegildo Estevan, Gárate, García Condoy, Bayod, Íñigo, Oliver, Lafuente y Murillo.

En torno a la exposición, se celebraron conferencias, una de ellas dada por Mariano Baselga (22-5), y escribieron comentarios López Allué, Ricardo del Arco y Dionisia Lasuén, quien en su ‘Algo de arte’ (15-6) se refirió a la controversia surgida en torno a la obra del propio Zuloaga, no apreciada por todos.

La "romería espiritual"

El 23 de mayo se había producido la visita de Zuloaga a Remolinos, junto a un grupo de gentes del arte, lo que constituyó como la confirmación oficial de que las pechinas de la iglesia parroquial de la localidad zaragozana eran de nuestro Goya. Dos notas del 16 y 17 de junio recogerían el positivo balance de la exposición de Zuloaga y la deuda que Zaragoza había contraído con el pintor vasco. Otra importante referencia goyesca relacionada con Zuloaga sería la del 9 de octubre de 1917 con la inauguración de las prometidas escuelas en Fuendetodos, lo que provocó un ‘raid’ o peregrinaje civil y sentimental a la cuna goyesca de una serie de famosas figuras que acompañaron al pintor, como la del compositor Manuel de Falla o la eminente soprano polaca Aga Lahowska, además de numerosas personalidades aragonesas.

Valenzuela (cuarto por la izquierda), en la sede de HERALDO.
Valenzuela (cuarto por la izquierda), en la sede de HERALDO.
Heraldo.es

El periodista Luis Torres, también crítico de arte, escribió la crónica de aquella «romería espiritual»: ‘Fuendetodos, Goya, Zuloaga’. En esa década escribirán también sobre el pintor gentes como Florencio Jardiel (sobre el monumento a Goya, 5-5-1913) o Fernando Soteras (el popular ‘Mefisto’ de las coplas), que hablará de la colocación de una lápida a Goya en Fuendetodos (5-5-1913).

Jarnés y el humor de Goya

«A Goya le sobran dotes para ser el primer humorista de su tiempo, sin dejar de ser el primer emotivo, el primer romántico de su tiempo. El crudo realismo español pierde en sus manos toda sequedad, sin perder ímpetu. Se hace delicado, entre los dominios de la elegancia, de la gran aristocracia espiritual. ¿No aparece así como el primer satírico del mundo? Con el pincel no se llegó a tan profunda caricatura de los hombres, de sus bajezas, de sus humillaciones, de su soberbia y abyección. En este sentido Goya es algo más que un pintor, es un maestro en el arte de enseñar a conocer al hombre. Es un genial pedagogo, cuyo palmetazo sarcástico deja huellas perdurables. Es el sucesor de Marcial. Goya representa, después de Gracián, la más rica aportación aragonesa a la historia de la cultura general de España. Y en pintura, a mi entender, lo más sobresaliente del arte español de todas las épocas. Por su conocimiento de los hombres, por el agudo sentido de su tragedia y de su comicidad». (De ‘Goya, ante lo cómico’, de Benjamín Jarnés, publicado en HERALDO DE ARAGÓN el 3 de abril de 1936).

Pero quien iniciaría en los años 10 una fecunda colaboración en torno a Goya, y en torno a centenares de otros temas aragoneses, pues su pluma fue asombrosamente fecunda a lo largo de muchísimos años, es Ricardo del Arco, un investigador y archivero granadino que enseñó a los aragoneses a conocer y a amar Aragón con un empeño admirable y casi sin par entre los propios aragoneses.

El primero de sus artículos que recogemos corresponde al 12 de octubre de 1915: ‘Goya en Zaragoza’. Desde aquella fecha hasta 1946 Ricardo del Arco escribió sobre Goya desde visiones generales, como la incluida en sus ‘Figuras aragonesas’, donde a Goya le corresponde la cualidad de genio (23-2-1923), a una propuesta concreta, cuando aboga para que el museo de Goya se instale en Fuendetodos (30-4-1917), pasando por trabajos de divulgación de aspectos más particulares: ‘Goya en el palacio de Sobradiel’ (12-10-1917), ‘Goya expatriado’ (13-7-1924), de su serie de artículos de ‘Evocaciones aragonesas’; ‘El viejo pleito de los frescos de Goya’ (20-1-1925), ‘Retratos de aragoneses pintados por Goya’ (22-11-1925); ‘Goya y el esoterismo’ (19-4-1928) y ‘Goya en Madrid’ (22-4-1930), de su serie ‘Temas aragoneses’; ‘Satélites de Goya’ (6-7-1934); ‘Un protector de Goya (el infante don Luis de Borbón)’ (19-11-1946). Aportó su granito de arena a las celebraciones del centenario del 28 con una muy adelantada «ideica ajena» (13-11-1926) y expuso su propia visión de la controvertida personalidad del artista en artículos como ‘Un vapuleo de Goya’ (11-7-1928), ‘¡Si yo viviera!’ (7-2-1937), ‘Reflejos del alma de Goya’ (18-11-1939) o ‘¿Goya afrancesado?’ (16-5-1943). El último artículo que recogemos, del 14 de julio de 1946, trata sobre José Luzán, ‘El maestro de Goya, gran pintor olvidado y despreciado’. Algo que hoy, afortunadamente, ya no podemos decir.

Zaragoza como protagonista en 1915

El 12 de octubre de 1915, HERALDO DE ARAGÓN publica un número extraordinario de dieciséis páginas ilustradas, que constituye un alarde de impresión tipográfica. Se edita a toda plana un ‘collage’, ‘¡Zaragoza!’, en el que aparece la figura de la ciudad, personificada en una mujer. Es la figura esculpida por Agustín Querol, en su zona culminante, en el monumento conmemorativo de los Sitios, erigido con ocasión de la Exposición Hispano Francesa de 1908, en la plaza que hoy lleva el nombre de aquel episodio.

Como fondo de paisaje, aparece una vista de las torres y cúpula del Pilar, tomada desde la cúspide de la torre de la Seo. Aurelio Grasa se subió a la torre y tomó diferentes placas. Los negativos se conservan en su archivo y se compusieron en los talleres de fotograbado del HERALDO.

Número extraordinario sobre Goya en 1915, que se agotó en horas.
Número extraordinario sobre Goya en 1915, que se agotó en horas.
Heraldo.es

En las páginas interiores de este número extraordinario, se publica el reportaje ‘El templo de la Virgen del Pilar’, ilustrado con dos grandes fotografías de Grasa, una apaisada, ‘Vista general del Pilar y el Ebro’, tomada desde la torre del Pilar, y una imagen de la Virgen. El número informa asimismo sobre la basílica, los infantes y el coro y se da a conocer la primera estampa que se grabó de la capilla de la Virgen.

Es de destacar el artículo ‘Goya en Zaragoza’, firmado por Ricardo del Arco. La página en la que aparece está enmarcada en una orla dibujada con escenas de majos en la ribera del Ebro y con evocaciones de ‘La pradera de San Isidro’, una obra del pintor Ángel Díaz Domínguez. Dos fotografías de Aurelio Grasa ilustran dos obras de Goya: la pintura mural ‘La Visitación de la Virgen’ (Casa del Conde de Gabarda), y el ‘Retrato del duque de San Carlos’.

Ricardo del Arco comenta en su artículo las pinturas recientemente atribuidas a Goya de la capilla del Oratorio de Sobradiel. Describe cada pintura y analiza su composición y sus posibles influencias, tanto las de las grandes escenas como las de las pequeñas figuras del Oratorio. Las pinturas fueron encargadas por Joaquín Cavero a Goya en su juventud, para la capilla de su casa.

Años 20, 30, 40

En los años 20 destaca también la firma del gran periodista Roberto Castrovido, que dedica al Goya de Madrid, una serie de artículos: ‘El centenario de Goya’ (30-11-1922), ‘Los frescos de Goya’ (28-5-1924), ‘El Goya de San Antonio’ (6-2-1925), ‘El centenario de Goya y los frescos de la Florida’ (9-1-1926), ‘Goya y Larra’ (31-8-1926), ‘La cabeza de Goya’ (22-1-1928).

Otras firmas goyescas de estos años 20 son las de Eduardo Ruiz de Velasco (cartas de Goya), Manuel Lambarri (los nietos de Goya), José Sánchez Rojas (Goya en Castilla), Ventura Bagüés (el gran Don Ventura, que escribió en numerosas ocasiones sobre el Goya taurino), Miguel Adellac (Jovellanos y Goya), Darío Pérez o Gregorio García-Arista, que se ocupó del aragonesismo en Goya (23-5-1928).

Fotos de retratos y bocetos

Aurelio Grasa fotografió los retratos de Goya propiedad del Canal Imperial que se conservan ahora en el Museo de Zaragoza. Utilizó la cámara Goerz de 12 x 9 cms., realizó varias tomas, con distintos parámetros y luego positivó varias copias en papel, con diferentes características técnicas. Fotografió el retrato de Fernando VII, así como el retrato de cuerpo entero de Ramón de Pignatelli y Moncayo, obra de Goya, no copia decimonónica, como advierten Grasa-Barboza. También fotografió los dos bocetos de Goya de la cúpula ‘Regina Martyrum’ que se conservan en el Museo del Pilar. Estas fotos revelan el contexto en el que se exponían los cuadros, las paredes adamascadas del museo, los muebles, la luz lateral de los ventanales… Solo se incluyó en la página del HERALDO el ‘Retrato del duque de San Carlos’. En 2003 se publicaron las fotos del ‘Retrato del duque de San Carlos’ y la ‘Vista del Pilar desde la torre de la Seo’ en la exposición ‘Aurelio Grasa, reportero gráfico 1910-1917’, realizada en la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, que aparecen reproducidas en el catálogo.

Los años 30 recogen artículos de un jovencísimo Guillermo Díaz-Plaja, con su memorable ‘Zaragoza es ‘El duque de San Carlos’, que luego el escritor barcelonés incorporaría al libro, publicado por Ediciones de Heraldo de Aragón, ‘Goya en sus cartas y otros escritos’ (1980); de Juan José Gárate (20-7-1933) reproducido de la revista ‘Luz’, en torno a un cuadro de Goya inédito; el de Benjamín Jarnés ya mencionado, ‘Goya ante lo cómico’ (3-4-1936), Víctor Sánchez (los goyas de Valencia) y Giacomo Boni (el tema de ‘La Anunciación’ en los tiempos de Goya).

En octubre de 1939 se produce la incorporación al entonces Museo Provincial de Bellas Artes de Zaragoza de unas nuevas salas dedicadas a la arqueología y a Francisco de Goya. Sobre este tema escribirá Luis Horno Liria (‘Goya en nuestro museo’, de su serie ‘Divagaciones’). Luis Torres, crítico de arte de HERALDO, da cuenta el 12 de octubre de 1941 de que ha sido instalada una sala dedicada a los ‘Caprichos’, dentro de la última transformación habida en el Museo.

Los dos grandes goyistas

Pero es a partir de los años 50 cuando surgen los dos grandes goyistas de HERALDO DE ARAGÓN: José Camón Aznar y Julián Gállego. Junto a ellos, no faltará la atenta dedicación a la figura de nuestro pintor -especialmente desde aspectos tan sugestivos como el cinematográfico- de José Pérez Gállego, cronista fiel en estos últimos años de todos los acontecimientos goyescos de la capital española, o, ya a partir de los 80, las frecuentes colaboraciones del matrimonio Carlos Barboza-Teresa Grasa, de César Pérez Gracia y, más recientemente, del arquitecto barcelonés Juan I. de la Vega Aguilar, estos dos últimos, sobre todo, desde las páginas del suplemento cultural ‘Artes y Letras’.

Junto a ellos, aunque con menos frecuencia, estará el magisterio de otros ilustres goyistas como los profesores Federico Torralba, con libros como ‘Goya en la Santa Cueva’, y Ángel Canellas, el compilador del Diplomatorio goyesco.

El magisterio de José Camón Aznar

El zaragozano José Camón Aznar tuvo un saber enciclopédico de Goya. Lo atestiguan sus libros y sus infinitos artículos sobre el pintor aragonés. El paisanaje con el genio de Fuendetodos lo convierte Camón en pasión admirativa, y en el estudio incansable de su obra, a la que se rinde con absoluta entrega. Una curiosa pirueta del destino, o jugarreta de las circunstancias, ha querido que el museo formado por su legado, y que llevó inicialmente su nombre, haya acabado denominándose Museo Goya.

José Camón Aznar inició su colaboración en HERALDO en 1953 -en el extra del Pilar publicado aquel año el 11 de octubre- con un artículo sobre Goya. Sería el primero, pero no el último dedicado en estas páginas heraldistas al genio aragonés, lo que nada tiene de extraño puesto que Goya ha sido uno de los grandes temas de Camón y el suplemento del Pilar ha dedicado preferentemente sus páginas a todo lo relacionado con lo aragonés. Camón había publicado por aquellos años algunos de sus destacados estudios sobre Goya, por ejemplo el realizado en 1951 sobre los dibujos preparatorios de los ‘Disparates’, para la Fundación Amatller, y el que en 1952 había hecho sobre los cuadros de Goya existentes en el Museo Lázaro Galdiano. Anteriores eran sus trabajos sobre la estética en Goya (1946) o su estudio sobre Goya y el arte moderno, donde manifiesta no solo que el pintor inicia el romanticismo, y otros movimientos de la vanguardia artística, sino que los agota.

Camón Aznar tuvo en Goya uno de sus grandes temas.
Camón Aznar tuvo en Goya uno de sus grandes temas.
Heraldo.es

"Ira de patriota"

Aquel primer artículo de Camón Aznar se tituló ‘Los Sitios de Zaragoza en los grabados de Goya’ y en él venía a plantear, o por mejor decirlo, a reforzar la «aragonesidad» de ‘Los desastres de la guerra’, esos «geniales dibujos donde la capacidad criminosa del hombre se lleva a todos los extremos». Para Camón está claro que son Zaragoza, sus heroicos Sitios, sus calles y rincones (la Puerta del Portillo, en el grabado dedicado a Agustina y su cañón), las hambrunas y la peste zaragozanas, y algunas poblaciones aragonesas (Daroca, que aparece en el ‘Yo lo vi’, en la escena del exilio ante el invasor francés, o Tardienta, en el cuadro de la fabricación de la pólvora), los escenarios de esta serie, nacida originariamente de la contemplación personal de los horrores de aquella guerra: «Palafox invitó a Goya a trasladarse a Zaragoza y pintar el heroísmo de sus habitantes. Y aquí estuvo entre el primero y el segundo sitios. Al comenzar éste se marchó de Zaragoza y se fue a Fuendetodos y otros lugares de Aragón. Goya recorrió la tierra aragonesa empapada de sangre en visiones de muerte. Y su lápiz no hizo mas que repetir los espectáculos macabros que tenía ante su vista y las sugerencias directas que recogió en este viaje». Para Camón, «Goya no se sitúa como espectador desapasionado, con tantos horrores y martirios, sino con ira de patriota, eternizando con su genio los atropellos y violencia de la soldadesca napoleónica». Sobre este tema insistirá Camón en su aportación al libro de la Institución Fernando el Católico, de l959, ‘Goya en los Sitios de la Guerra de la Independencia’.

Como hemos dicho, no será este el único de los artículos dedicado a Goya en su colaboración con HERALDO. Goya será también el motivo de otros seis trabajos: ‘El disparate en Gracián y en Goya’ (11-10-1958), ‘Ramón Gómez de la Serna y Goya’ (12-10-1963), ‘Goya y los niños’ (12-10-1973), ‘El impresionismo español y Goya’ ( l2-10-1976), ‘Tauromaquia de Goya’ (12-10- 1977) y ‘El retrato en Goya’ (l6-4-1978). Y no faltarán referencias al pintor de Fuendetodos en otro artículo en el que se reflexiona sobre el arte en Aragón.

En ‘El disparate en Gracián y en Goya’ traza la diferencias que caracterizan esa figura en el escritor y el pintor: «El disparate gracianesco va unido a la alegoría. No representa una distorsión monstruosa por el gusto de exponer la posibilidad expresiva de lo feo. No se halla originado por una imaginación desordenada que perturba el soma normal y lo altera con finalidad estética. No hay subversión como en Goya o apunta en él ninguna rebeldía de tipo rectificador de la naturaleza», afirma Camón, quien señala que tanto en Gracián como en Goya existe la obsesión de la doblez, el mundo como contradicción y perpetua negación de la apariencias que convierte a éstas en máscaras de las que surge el monstruo.

En ‘Goya y los niños’ señala, a propósito de la serie de pequeños cuadros pintados por Goya, entre 1780 y 1790, con los niños como protagonistas, «que aquí está ya el Goya popular, el que luego ha de representar escenas callejeras, inquisitoriales, con los trabajos, dolores y diversiones que la sociedad le ofrecía. Estos cuadros de niños son como escapadas a un mundo lateral al cortesano y donde Goya encontraba -aunque fuera en tono menor- el oxígeno que necesitaba su genio».

Un pintor adelantado a su tiempo

Gómez de la Serna y Goya

Ramón Gómez de la Serna fue otra de las grandes admiraciones de Camón Aznar, que veía en él al escritor «oceánico» y en su producción «el esfuerzo literario más hercúleo de nuestro tiempo». Al autor de las ‘Greguerías’ dedicó Camón su libro ‘Ramón Gómez de la Serna en sus obras’, publicado en 1972. De unos años antes, 1963, es su artículo de HERALDO en el que une dos admiraciones, ‘Ramón Gómez de la Serna y Goya’, a propósito de la biografía del segundo escrita por el primero. Y tan identificados los ve que no duda en calificar esta biografía de casi una autobiografía. En el comienzo de este trabajo plasma una declaración esencial: «Podemos decir que Quevedo, Goya y Gómez de la Serna son los tres temperamentos más afines en la cultura española». Camón destaca del libro de Ramón su reconocimiento a la universalidad espiritual de los grandes hombres aragoneses: «Hay que hacer justicia a Aragón sobre todo en sus hijos preclaros, sosteniendo que es el que tiene menos prejuicios y una abierta disposición en que se estiliza la dura franqueza». A lo que apostilla Camón: «Ni uno solo de nuestros grandes hombres -desde Marcial a Costa- se ha encerrado en el círculo de las preocupaciones y de los problemas regionales. Lo que sí puede afirmarse, lo mismo en las soluciones filosóficas y artísticas que en las políticas que arranquen de Aragón, que ellas tendrán signos nacional o universal, nunca aldeano». Y subraya: «No es tampoco un azar que el siglo XVIII español, lo mismo en el aspecto político con el conde de Aranda, que en el artístico con Goya, sea en su mejor parte europeizante y nacional, un siglo aragonés».

En ‘El impresionismo español y Goya’ afirma que Goya «no tenía razón estética en su época, pero en cambio sí la tenía intemporal», que es «el centro director del impresionismo en nuestro arte», y que «la verdadera explosión impresionista, la que constituye una escuela todavía no debidamente reconocida por la historia del arte, es la de los pintores discípulos de Goya». Y se pregunta: «¿Por qué adscribir el impresionismo al arte francés cuando el nuestro es más radical y anterior en medio siglo al de la escuela de París?».

En su artículo ‘Tauromaquia de Goya’ señala que en esta serie, en la misma línea estética de los ‘Desastres’, el pintor «ha impuesto a la fiesta de los toros una estilización basada en la selección expresiva de los movimientos que desde él ha de informar ya a los posteriores artistas de la suerte de toros». Y en ‘El retrato en Goya’ dice Camón que en estos cuadros afloran «acción y pensamiento, su curso vital, su presente y hasta un anticipo de su futuro que radica en esos rasgos modelados por una personalidad unívoca». Y afirma que en ellos «se superponen las psicologías del modelo y las del artista en una tan entrañable efusión que en todos sus retratos, no sólo en las fisonomías, sino en su garbo total, hay algo del propio Goya». Aunque quizá lo más interesante del artículo sea esa pregunta que se formula a su comienzo en la que, al mismo tiempo, se da respuesta al misterio de los retratos del pintor: «¿Cuál es el secreto de esa sugestión de los retratos de Goya que no dominamos, sino que, al revés, desde su presencia dominan al espectador?».

Julián Gállego, el mayor de nuestros goyistas

Un seguimiento de la labor goyista desarrollada por Julián Gállego en las páginas de HERALDO DE ARAGÓN es fácil, pues el propio autor la dejó perfectamente trazada al recoger en su libro ‘En torno a Goya’ (1978) todos los artículos publicados sobre el pintor en el periódico. Su colaboración en la página ‘Las Artes y las Letras’, que coordinó Pascual Martín Triep, y en los números del Pilar, constituye una de las más brillantes aportaciones literarias de este diario, y dentro de ella destacan los trabajos dedicados a Goya, hasta el punto de que no extremamos nuestro juicio si afirmamos que el profesor Gállego ha sido el mayor goyista de HERALDO. Los artículos que se recogen en el ya mencionado ‘En torno a Goya’ comprenden los años 1954 a 1975, aunque posteriormente Gállego continuó ofreciéndonos nuevas muestras de su dedicación al pintor aragonés.

Para aquella recopilación -que, como otros dos títulos, ‘Zaragoza en las artes y las letras’ y ‘Temas de cultura aragonesa’, se publicó en la Colección Aragón, de la librería General- Gállego agrupó por temas toda su extensa serie de artículos, lo que dio al libro, en su conjunto, una extraordinaria unidad: ‘Goya y Aragón’, ‘Goya en Madrid’, ‘Goya en Francia’, ‘Goya en Italia’, ‘Goya en Inglaterra’, ‘Goya en el museo de Budapest’, ‘Goya en Estados Unidos’ y ‘El estilo de Goya’ fueron los ocho apartados en los que agrupó su colaboración.

Julián Gállego, en 1996.
Julián Gállego, en 1996.
Heraldo.es

De sus primeros tiempos en París, adonde marchó en 1951 para estudiar arte en la Sorbona, surgirían sus primeras crónicas en HERALDO DE ARAGÓN y, entre ellas, la que denunciaba la venta del zaragozano patio de la Infanta que desde hacía medio siglo se encontraba empaquetado en un almacén de la capital francesa, publicada en el día del Pilar de 1957. Un artículo que merece ser siempre recordado, para antídoto de olvidos, pues cuatro meses más tarde la Caja de Ahorros de Zaragoza lo adquiría y lo rescataba para la ciudad.

El aragonesismo de Goya

El primer apartado, ‘Goya y Aragón’, se inicia de una manera perfectamente prologal, pues es una visión de conjunto del artista, ‘El pintor aragonés Francisco de Goya y Lucientes’, realizada para el ‘extra’ del Pilar de 1970. Allí repasaba conceptos como Goya baturro, sus orígenes zaragozanos, su educación aragonesa, su boda con la hermana de los Bayeu, sus conexiones aragonesas en la Corte, donde extraña su nula relación con el conde de Aranda, una personalidad con la que debía haber intimado el pintor. Goya, que pintó a tantos ilustres, no retrató al de Aranda, con lo que, como dice Gállego, perdió «esa ocasión de eternizarse». Habla también Gállego de otras formas del aragonesismo goyesco: sus devociones, aficiones, su discutida actitud durante la francesada, su carácter de hombre de genio. Es un repaso en toda la línea, y brillantemente sintético, del aragonesismo en Goya.

Otros artículos de este apartado se refieren a los autorretratos (sobre los que publicará el libro ‘Los autorretratos de Goya’, 1978), su obra en la Cartuja (donde avanza lo que será su libro ‘Las pinturas de Goya en la Cartuja de Aula Dei’, 1975), los tres cuadros de Goya sobre el Pilar (Fuendetodos, Museo de Zaragoza y Urrea de Gaén), o Goya en Zaragoza y en el Museo de Zaragoza, una serie de siete capítulos de 1972, en los que Gállego ofrece lecciones de cómo ver un cuadro. El apartado concluye con una miscelánea de Goya en Aragón: Muel, la iglesia de San Fernando de Torrero, Goya y la envidia, y el monumento a Goya de la plaza del Pilar, de Federico Marés, sobre el que ironiza.

En ‘Goya en Madrid’ se detiene en diversos asuntos: las nuevas adquisiciones del Prado, los proyectos de un museo de Goya en la capital española, el cuadro de la condesa de Chinchón, con la que «rara vez he tenido una sensación más intensa, al contemplar un retrato, delante de un ser vivo». Y en la pintoresca opereta de Francis López sobre nuestro artista, ‘El príncipe de Madrid’, naturalmente interpretada por Luis Mariano.

Un espectador de nuestra época

En la presentación de ‘En torno a Goya’, Gállego dejó sentada la génesis de su trabajo y su pretensión: «Fueron veintidós años de vida lejos de Zaragoza, en París primero, en Madrid luego, con ausencias por Inglaterra, Estados Unidos, Italia y otros países, a través de cuyos paisajes me interesaba mantener ese cordón que me unía y me une al seno materno de la ciudad natal. Acaso tenía la ilusión o la pretensión de que mis experiencias, andanzas y visiones pudieran servir a alguien que me leyera sin moverse de Zaragoza. En ocasiones tuve el anhelo de remediar, con la noticia de lo que había visto fuera, los silencios que se imponían dentro. Salieron así más de ochocientos cincuenta artículos, escritos pensando en Aragón». Un tema curioso plantea Gállego en esta presentación: «En cuestiones tan ligadas a la historia del gusto como las que Goya brinda a un espectador del tercer cuarto del siglo XX, esta recopilación quizá no sea inútil a los sociólogos del mañana, que puedan advertir a través de mis comentarios cómo veía un espectador de nuestra época».

‘Goya en Francia’ trata de las intensas relaciones habidas entre nuestro pintor y el país vecino, de Goya como artista español en París, de la exposición del pintor en París en 1961-62, de los goyas del Louvre, y de un ‘Goya inédito y de un Goya secreto’, cuando el ilustre profesor tiene ocasión de ironizar, a propósito de un tema de tanta actualidad como los falsos goyas, que los hay a montón y desde siempre, tanto en colecciones como en museos. «Hay quien cree que, en cuanto tiene un retrato de señora descarada o una escena de toros, tiene un Goya».

El ‘Goya en Italia’ repasa los goyas de Venecia, Florencia y Lugano; el ‘Goya en Inglaterra’, el robo del retrato de Wellington y la exposición londinense de l964; el ‘Goya en el museo de Budapest’ repasa la colección española del museo de la capital húngara y sus cuatro goyas: los retratos de la señora de Ceán Bermúdez y del marqués de Caballero, que merecen juicios muy dispares a Julián Gállego, favorable el primero, negativo e1 segundo, y dos deliciosos tipos populares: ‘El afilador’ y ‘La aguadora’, que son, a juicio de Gállego, «de las obras más seductoras, con más garra, de Francisco de Fuendetodos». Una opinión que no difícil compartir. ‘Goya en Estados Unidos’, con el doble apartado de Goya en Nueva York y en Washington, merece a Gállego una larga serie de artículos en función de la mayor presencia de obras del aragonés en museos y colecciones particulares.

‘El estilo de Goya’ reúne una serie de trabajos más directamente indagatorios del pensamiento y la personalidad del pintor, y donde Gállego hace gala de todo su saber, su capacidad analítica e interpretativa y esa ironía con la que siempre aderezaba todos sus escritos: ‘Siete borricos goyescos’ especialmente referidos a los ‘Caprichos’, ‘Modas goyescas’, ‘Marionetas goyescas’ (la Maja, la Petimetra, el Marido, el Cortejo), o ‘Goya escritor’ (cartas, prefacio a los ‘Caprichos’, títulos de estampas).

Los 'extras' del Pilar

Tras ‘En torno a Goya’ y la desaparición de ‘Las Artes y las Letras’, fueron los ‘extras’ del Pilar donde aparecerían nuevos artículos goyescos de Gállego: en el del 82 publicó ‘Goya en el Banco de España’, con motivo de la exposición conmemorativa del segundo centenario del Banco de San Carlos, y en torno a los retratos goyescos de banqueros. En el 84, ‘Goya en Madrid’, sobre la muestra del pintor en las colecciones madrileñas; en el 86, ‘Goya en la Villa Favorita’, un regreso a Lugano para admirar una exposición en la mansión-museo del barón Thyssen-Bomemisza; en el 87, ‘Goya vuelve a París’, en torno a la panorámica ‘Cinco siglos de pintura española’ en la capital francesa; en el 89, trata de la exposición organizada en Venecia por el Ayuntamiento zaragozano, ‘Venecia y Zaragoza’, y en el 94, ‘Goya en Italia’, en tomo a ‘Zaragoza y otros hechos singulares en el Cuaderno Italiano’.

Barboza-Grasa, restauración e investigación

El matrimonio Carlos Barboza y Teresa Grasa se convertirá desde el comienzo de sus trabajos de restauración de la pintura mural de Goya en Aragón, a finales de 1978, en protagonista de un nuevo interés por la figura del pintor en los medios de comunicación, tanto por la notoriedad de su obra restauradora como por sus artículos en la prensa, fundamentalmente en HERALDO DE ARAGÓN, donde expusieron tanto el desarrollo de sus técnicas como sus nuevas atribuciones goyescas, que levantaron en más de una ocasión la polémica.

La restauración de la obra mural de Goya en Aragón fue emprendida por Barboza-Grasa con las pinturas de la Cartuja de Aula Dei (1978-1979), a cargo del Instituto de Restauración, quien también patrocinó los trabajos de la bóveda ‘Regina Martyrum’ en la basílica del Pilar (1981-1982) y sus cuatro pechinas (1983-1984). A cargo de la Diputación General de Aragón realizan las cuatro pechinas de la Iglesia de San Juan, en Calatayud (1985-87), y con encargo de la Diputación de Zaragoza realizan las cuatro pechinas de Remolinos (1988-1989). Con el coreto del Pilar (1991), a cargo de la Fundación Nueva Empresa, culminan por ahora su obra restauradora de Goya en Aragón.

De todos estos trabajos hay informaciones constantes en HERALDO, que ha seguido día a día la labor del matrimonio Barboza-Grasa (informaciones de Luis J. García Bandrés, Juan Antonio Gracia, Juan Domínguez Lasierra, Mariano García, Santiago Paniagua...). Pero serán ellos mismos quienes pondrán un punto alto de atención sobre su propio trabajo, sus investigaciones sobre el joven Goya y sus atribuciones, que culminarán en el libro -publicado semanalmente en fascículos en el periódico- ‘Goya en el camino’ (Ed. Heraldo de Aragón, 1992), en el que se recogen todas las investigaciones realizadas por ambos en estos últimos años.

Sus primeras más destacadas colaboraciones tienen lugar en el desaparecido ‘Semanal Heraldo’, donde escribieron con asiduidad a partir de 1983. En el nº 20 (22-5-1983), la portada del magacín se abría precisamente con el retrato de Marianito Goya, y en páginas interiores se dedicaban dos trabajos al pintor con motivo de la exposición ‘Obras maestras de Goya en las colecciones madrileñas’, que se presentaba en el Museo del Prado desde el mes de abril. El pintor Natalio Bayo escribía ‘Goya era una fiesta’ y Carlos Barboza un largo artículo titulado ‘Goya o el misterio de la creación’.

El nº 78 (11-3-1984) de dicho ‘Semanal’ traía también su portada dedicada a Goya, con una cercana imagen del rostro velado de la Fe, una de las pechinas de la ‘Regina Martyrum’, con motivo de haberse terminado la restauración de estas pinturas goyescas, realizada por Barboza-Grasa. ‘Goya en todo su esplendor’ se titulaba el reportaje, en el que Carlos Barboza escribía sobre ‘Las virtudes o el eterno femenino en Goya’ y Teresa Grasa, de ‘Goya, la medida inconmensurable’. Diversas fotografías de esta restauración completaban el reportaje. También sobre ‘Goya en Burdeos’ escribiría Carlos Barboza en este magacín.

Atribuciones polémicas

Sería largo seguir paso a paso la presencia en torno a Goya de este matrimonio de pintores y restauradores en las páginas de HERALDO, pues ha sido amplísima. Subrayemos, sí, algunas aportaciones más destacadas o llamativas, pues han traído a veces también la polémica, con sus atribuciones e hipótesis no siempre compartidas por los expertos.

Una de las más sonadas fue la que se produjo cuando Barboza-Grasa descubren a ‘Goya, en un Luzán de Ricla’ (13-10-1985), es decir, la mano del pintor de Fuendetodos en un cuadro, ‘La visitación de la Magdalena al Sepulcro del Señor’, de su maestro Luzán, existente en la iglesia parroquial de dicha población zaragozana. La hipótesis fue replicada por el profesor Arturo Ansón, que era comisario y autor del catálogo de la exposición Luzán que por aquellas fechas se exhibía en la sala Luzán, de la CAI, en Zaragoza. Respuesta que tuvo contrarréplica en el texto ‘¿Goya en Ricla?’ (23-10-85), firmado por los restauradores.

Antes, en 1983, se había producido la atribución a Goya del ‘Autorretrato desnudo’, descubierto entre los dibujos de Academia de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, del que daría información HERALDO, y posteriormente, las atribuciones del ‘Pignatelli’ de Lalana a Goya (a la que nos referiremos en el apartado dedicado al suplemento ‘Artes y Letras’), en enero del 85, y la del descubrimiento de la pintura mural atribuida a Goya en la casa de San Antonio, en la población zaragozana de Alagón, también conocida como de las Escuelas Viejas, en agosto del 86.

Teresa Grasa y Carlos Barboza, en la plaza del Pilar.
Teresa Grasa y Carlos Barboza, en la plaza del Pilar.
Oliver Duch

‘Goya en el camino’

Una de las más notorias contribuciones de HERALDO DE ARAGÓN a la difusión de la vida y obra de Goya fue la publicación por fascículos de ‘Goya en el camino’, que se inició el 29 de marzo de 1992 y se prolongó durante doce capítulos semanales más uno de índices, en los que se resuelve la trayectoria vital de Goya, desde Fuendetodos a Burdeos.Los capítulos recorren Zaragoza, Italia, Madrid, Arenas de San Pedro, Valencia, Andalucía. Destaca de esta serie la abundancia de fotografías, muchas de ellas inéditas, procedentes del archivo particular de los autores, que dan al conjunto del libro una riqueza documental extraordinaria, y la inserción de esquemas de composición y cuadros cronológicos. Los índices recogen todas las obras de arte citadas por sus títulos, tanto de Goya como de otros autores.

Una defensa de la autoría goyesca del llamado ‘Estudio de retrato’, del Museo de Zaragoza, la hará Barboza en su bello artículo ‘Goya con sombreros’ (l2-4-89), al subrayar la constante presencia del sombrero en numerosos autorretratos del pintor. Sobre la exposición de Goya en Venecia, y la presencia en ella de las pechinas de Remolinos restauradas por Barboza-Grasa, escribe en ‘Goya, de Remolinos a Venezia’ (4-7-89).

El 29 de marzo de 1992 se iniciaba la publicación, en fascículos, de ‘Goya en el camino’, sin duda el proyecto más ambicioso en torno a Goya realizado por HERALDO DE ARAGÓN en toda su historia. Fue presentado en la contraportada del periódico de aquel día por los propios autores, ‘El genio y el obrero’, y con dos artículos de apoyo de los representantes de las dos instituciones colaboradoras del coleccionable, el alcalde de Zaragoza, Antonio González Triviño, que firmaba ‘Una presencia eterna’, y el presidente del Gobierno aragonés, Emilio Eiroa, ‘El hombre que no llevaba máscara’. En los fascículos participarían también como autores, en secciones especiales, Guillermo Fatás, Luis J. García Bandrés y Ricardo Gil. El libro editado con los trece fascículos llevaría prólogo del director del periódico, Antonio Bruned Mompeón. Barboza y Grasa dedicaron el libro a Antonio de Yarza Mompeón, consejero de HERALDO y amigo de los autores, que había fallecido recientemente.