el futuro del mundo rural

Labores que pasan de padres a hijos

Estos tres testimonios de vida constituyen el mejor ejemplo de la valentía de los descendientes del mundo rural que quieren continuar con el legado familiar.

Artesanos de Alfocea trenzando cuerdas de esparto (fencejos) que sirven para atar fajos de alfalfa, lechugas y otros forrajes.
Artesanos de Alfocea trenzando cuerdas de esparto (fencejos) que sirven para atar fajos de alfalfa, lechugas y otros forrajes.
Guillermo Mestre

En una de sus acepciones, la Real Academia Española (RAE) define arraigar como "Establecerse de manera permanente en un lugar, vinculándose a personas y cosas". Un fenómeno, el de echar raíces, que constituye una de las principales señas de identidad de las personas que habitan en los núcleos del medio rural.

En ese contexto, el hecho de que exista continuidad en numerosos oficios tradicionales de esos lugares es determinante para que sus vecinos sigan identificándose con el territorio y manteniendo su sentimiento de pertenencia.

Un escenario que supone un auténtico reto en muchos casos y que conlleva diversas dificultades, pero sin el cual la esencia de estas zonas no sería la misma. Paco Paricio, cofundador de los Titiriteros de Binéfar; José Antonio Plana, responsable de Tambores Plana Conesa; y Antonio Gómez, cooperativista de Bodegas San Valero, son ejemplos de pasiones que han pasado de padres a hijos y que mantienen vivos a los pueblos.

Titiriteros de Binéfar, tres generaciones

Paco Paricio: "Devolvemos a la gente algo que le pertenece"

El 23 de mayo del pasado año, se produjo un hito en las artes escénicas aragonesas. El cine Victoria de Monzón acogía 'El rey y las juglaras', una obra que abordaba unos hechos históricos que tuvieron lugar en el marco del Castillo de Monzón a principios del siglo XIII y en la que coincidieron en escena tres generaciones familiares de Los Titiriteros de Binéfar. El reparto lo formaban Paco Paricio y Pilar Amorós, fundadores de la compañía; sus hijas Marta y Eva Paricio; y los nietos Aníbal García Paricio, de 9 años, y Rita Ibarz Paricio, de 6 años.
"Para nosotros no lo ha sido, pero creo que generalmente sí que es difícil mantener estos oficios. Nosotros somos un ejemplo atípico. Yo lo aprendí siendo niño. Luego, tanto mi mujer como yo estudiamos Magisterio, pero nos fue atrapando esto y la respuesta de la gente. De ahí viene la vocación rural y la transmisión del oficio, y por eso ha terminado atrapando a nuestras hijas también. Hacemos un teatro que pertenece a una comunidad y que tiene unas señas de identidad, de manera que cuando hacemos la función devolvemos a la gente algo que le pertenece, porque son sus historias, su folclore y sus cuentos", explica Paco Paricio, cofundador de los Titiriteros de Binéfar.
La compañía, que lleva más de 40 años haciendo títeres y música por calles, plazas y teatros, recibió en 2009 el Premio Nacional de Teatro para la Infancia y la Juventud. Un recorrido en el que han conquistado a pequeños y mayores y se han convertido en uno de los rasgos distintivos de Binéfar. "Esa pertenencia a la comunidad te da muchas gratificaciones. Los vecinos se reconocen en nosotros. Aquí todo el mundo puede entrar y ver lo que estamos haciendo. Es raro que un niño entre a un taller artesanal en Madrid, pero en el campo y los pueblos hay valores como la flexibilidad y el intercambio generacional que son únicos. Y todo esto es propio de la sociedad rural", indica Paricio.

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Tambores Plana Conesa

José Antonio Plana: "He heredado la pasión por lo que hacemos"

Corría el año 1974 cuando José Plana, un calandino apasionado de su pueblo y de su mayor tradición, la Semana Santa, empezó a fabricar tambores para la familia, con una cuadrilla de amigos. Lo que se inició con un 'hobbie', haciendo unos 50 tambores al año, fue creciendo, hasta que en 1990 se constituyó Tambores Plana Conesa, una empresa familiar que cuenta con un gran arraigo en Calanda, en un año en el que llegó a elaborar 280 instrumentos.
"Sin duda, he heredado la pasión que tenía mi padre por lo que hacemos. La empresa ha crecido y ya no somos solo montadores de tambores, sino fabricantes, y hacemos todas las piezas. El año pasado adquirimos un taller en el que usamos mucha maquinaria y nos hemos especializado en diversas áreas", explica José Antonio Plana, hijo de José y al frente de la compañía en la actualidad. Aunque tienen muchos pedidos de Aragón, fabrican para clientes de todo el país e incluso han enviado instrumentos al extranjero. Sin embargo, la pandemia supuso un «bajón total» en su actividad: "Estamos recuperándonos, pero no es una temporada normal. La gente sigue con mucha cautela, pero esperamos que cuando se acerque la Semana Santa se animen", apunta Plana.
El responsable del negocio señala que su oficio no es frecuente. "Necesitas invertir muchas horas y trabajar muy duro y a veces no compensa. Es difícil aprender cómo fabricar el instrumento. Hoy en día o eres una empresa fuerte, que fabrica sus propias piezas y hace todo el proceso, o el beneficio es muy bajo. Y llegar a ese punto a nosotros nos ha costado 50 años", indica Plana, quien agrega que le satisface que los vecinos del pueblo sigan teniendo mucha pasión por el tambor: "Para la gente, al final, es su tambor. Cuando dicen ‘me voy a hacer un tambor’, aunque lo hago yo, es suyo. Eligen cómo lo quieren y el sonido que tiene, de forma que se hacen su tambor", concluye Plana.

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Antonio Gómez, Bodegas San Valero

Antonio Gómez: "Vivir en el pueblo es la ilusión de mi vida"

Antonio Gómez nació hace 28 años en Aguarón, un pequeño municipio de la comarca Campo de Cariñena. Desde muy pequeño ‘le tiraba’ el campo, pero sus padres le animaban a que estudiara para labrarse un futuro diferente al que ellos habían tenido. Pero lo que Antonio siempre quiso labrar eran los campos de viñas heredados de su abuelo Juan Bautista y que su padre Felipe ha cuidado y cuida con gran esmero.
Por este motivo, después de estudiar un grado medio de hostelería y trabajar en ese sector, colgó las sartenes y con el apoyo de su padre "que siempre me ha dicho que el campo estaba ahí, para cuando lo necesitara", volvió a su pueblo. "Cuando estaba estudiando e incluso trabajando, sacaba cualquier rato para volver a ayudar a mi padre. Ahí me di cuenta de que lo que yo quería era continuar con su trabajo, ver crecer su explotación y hacerla más competitiva si era posible", recuerda con orgullo. Y así lo hizo. Se convirtió en joven agricultor y con la subvención que recibió compro parte de la maquinaria con la que ahora trabaja sus tierras.
"La inversión fue enorme, pero mis padres y mi mujer siempre han estado apoyándome, económica y moralmente, porque el campo es duro, muy duro, y cuando ves que el cielo amenaza te tiembla todo. Pero ahí está mi padre, para animarme y decirme que hay que hacer frente a lo que llegue, que con trabajo se sale de todo", recuerda este joven, quien vive con pasión su trabajo y reivindica mejoras en el mundo rural para continuar. "Afortunadamente en mi familia, siempre hemos formado parte de la cooperativa Bodegas San Valero y eso es un apoyo fundamental a la hora de seguir trabajando. Sin ellos, salir a vender sería una locura".
Antonio está feliz en el pueblo, con su mujer y su bebé de nueve meses y está convencido y así lo proclama que vivir en el pueblo es "la ilusión" de su vida.

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