Hace exactamente medio siglo, a primeras horas de la mañana del 12 de abril de 1961, con 27 años recién cumplidos, Yuri Gagarin despegaba del cosmódromo de Baikonur, en mitad de Kazajistán, entonces una república integrada en la Unión Soviética. Estaba encerrado en una esfera de acero llamada Vostok-1, que no era otra cosa que la primera nave espacial que albergaba a un ser humano. Contemplar hoy dicha cápsula es quedarse asombrado de lo primitivo de sus equipos de a bordo, apreciar la incomodidad de quien viajaba en su interior y darse cuenta del gran riesgo que implicaba la misión.

Para situar la Vostok-1 en órbita, los técnicos rusos utilizaron un potente misil balístico intercontinental de 39 metros de altura. Se trataba del R-7, que se había modificado para albergar la nave tripulada en su ojiva, en lugar de una carga letal de bombas atómicas.

«¡Vámonos! » («¡Payejali!» en ruso), exclamó cuando los motores del R-7 comenzaron a rugir y sintió como su cuerpo se estremecía. Los motores cohete permitieron que el R-7 alcanzara los 28.260 km/h, velocidad con la que Gagarin pudo liberarse de la gravedad terrestre y experimentar la ingravidez durante la mayor parte de los 108 minutos que permaneció en órbita.

Hoy conocemos sobradamente los efectos de la ausencia de gravedad sobre el cuerpo humano, pero hace 50 años los científicos y los médicos lo desconocían por completo. Desde allí arriba, a tan solo 327 km de altura, tuvo el privilegio de ser el pionero en echar una ojeada a nuestro planeta. En el informe que presentó el 15 de abril escribió: «La Tierra tiene una aureola de un hermosísimo color azul».

EL 625 QUE NUNCA LLEGÓ A ATERRIZAR

Yuri Gagarin perdió la vida el 27 de marzo de 1968 en un accidente aéreo. Estaba a los mandos de un reactor Mig-15 UTI de entrenamiento, y tras él tomaba asiento el coronel Vladimir Serioguin, el oficial instructor que debía certificar su capacidad para volver a pilotar aviones de combate. Desde su histórico vuelo de abril de 1961, Gagarin tenía prohibido regresar al espacio, y ni siquiera le habían permitido pilotar una aeronave.

Finalmente, pudo convencer a las autoridades del Kremlin y quitarse el polvo de siete años sin tomar los mandos de un avión. La Fuerza Aérea le obligó a recuperar su capacidad de vuelo, le preparó un exhaustivo programa de adiestramiento, y entre el 13 y el 22 de marzo, llevó a cabo un total de 18 salidas con instructor.

Con el indicativo de vuelo 625, Gagarin había despegado a las 10.18 de la mañana de una base aérea de las cercanías de Moscú. Ascendió hasta los 4.200 metros, llevó a cabo algunas maniobras y solicitó autorización para regresar a la base. Autorizado por la torre de control, inició la maniobra de aproximación… pero no llegó a aterrizar.

Las alarmas se dispararon. Después de dos horas sin noticias del aparato, un helicóptero descubrió un cráter provocado por el impacto de un avión. Toda la Unión Soviética lloró la desaparición de su héroe nacional.

En la pista del aeródromo estaba aparcado un Mig-17, el reactor de combate que Gagarin debía pilotar en solitario inmediatamente después de haber recibido su certificado de aptitud para el vuelo. En su diario personal encontraron una anotación fechada dos semanas antes del accidente: «Mi mayor pasión es volar, siempre volar».

¿QUIÉN ERA YURI GAGARIN?

Uno de los mejores amigos de Gagarin fue el cosmonauta ruso Aleksei Leonov, primer ser humano en dar un paseo por el cosmos. Se conocieron el 4 de octubre 1959, cuando ambos acudieron a un hospital militar para ser sometidos a una serie de exhaustivas pruebas médicas. Leonov afirma que Gagarin «tenía una gran fortaleza, tanto física como psíquica». Aunque era bajito, «jugaba muy bien al voleibol y era el capitán del equipo de baloncesto», asegura. Precisamente, su pequeña estatura, además de su estabilidad emocional, su inteligencia, sus antecedentes familiares –era hijo de campesinos–, y su simpatía natural resultaron claves para que fuera el elegido para protagonizar el primer vuelo al espacio.

Leonov recuerda que «tenía la nariz respingona, los labios carnosos y unos ojos azules brillantes». Pero lo que destaca el viejo cosmonauta es algo que se puede apreciar en las miles de fotografías que existen de Gagarin: «Yuri tenía una sonrisa que le iluminaba el rostro».

REGRESÓ EN UNA BOLA DE FUEGO

Enviar a un ser humano a dar vueltas alrededor de la Tierra no era lo más peligroso. Había que traerlo de regreso sano y salvo. Para conseguirlo, la cápsula estaba construida con material resistente a las altas temperaturas. Cuando los técnicos espaciales soviéticos hicieron reentrar la cápsula en las capas superiores de la atmosfera, Gagarin pudo observar, a través de la única ventana –tipo ojo de buey–, que su nave se convertía en una bola de fuego. La temperatura en el interior del habitáculo se elevó hasta extremos insospechados, lo que le hizo temer por su vida y sudar por los cuatro costados. Finalmente, aterrizó en la provincia rusa de Saratov, en la región del Volga. A partir de entonces, los agasajos y los honores por doquier plagaron su vida diaria.

>>>>ENLACE A LA ESA.