Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Donantes de sangre: curiosidades en otro Día Mundial

Los glóbulos rojos transportan el oxígeno gracias a las particulares propiedades de la hemoglobina, su proteína porteadora.
Los glóbulos rojos transportan el oxígeno gracias a las particulares propiedades de la hemoglobina, su proteína porteadora.
Zephyris

Hay un tipo apoyado en la barra de un bar. Parece haber escuchado algo en la televisión y, con sensación de despectiva lucidez, comenta: “hoy es otro Día Mundial” (no oímos de qué). “Como si el resto de días no importaran”.


Hoy, 14 de junio, es el Día Mundial del Donante de Sangre. Todos los días importan aquí, pero al menos el 14 de junio las donaciones saltan al foco, recogen la atención que solo recibirían en casos de crisis graves, de tragedias públicas. Porque es 14 de junio hablamos de los datos, de las necesidades. Todos los días importan pero algo es algo y a veces algo es bastante más que nada. Aquí, unos pocos números y tres curiosidades, ya que hablamos de sangre: la historia de los grupos sanguíneos, el fascinante acordeón de la hemoglobina, la posibilidad de que la sangre joven, de alguna misteriosa pero literal manera, parece rejuvenecer a los más viejos.Los donantes, los datos

La media en España es de unas 36 donaciones de sangre por cada 1.000 habitantes. ¿Las regiones que más donan? Extremadura y Castilla-León. ¿Las que menos? Canarias y Andalucía. La media es muy parecida a la de países similares, pero hay un dato algo preocupante: en los últimos cinco años ha caído casi un 7%. Según la FEDSANG (Federación Española de Donantes de Sangre) entre las razones de los que no donan están el ritmo de vida, la falta de información y también el miedo a la sangre y las agujas, confesado por el 12% de la población.


¿Y para qué suele usarse la sangre donada? Sobre todo para transfusiones durante cirugías, y también en pacientes con cáncer. Esto en los países ricos, donde el 76% se destinan a personas mayores de 65 años. En los más pobres, en cambio, hasta el 65% se emplea en niños menores de 5 años, fundamentalmente debido a anemias graves. Y en ellos la tasa de donación baja hasta las 4 por cada 1.000 habitantes.

Tres curiosidades
Los grupos sanguíneos

Los primeros intentos de transfusiones se van casi al siglo XVII. Con escaso éxito. Aparte de los muchos pasos que hay que dar para conseguir que sean seguras, había algo que por entonces estaban lejos de conocer: los diferentes grupos sanguíneos.


Los glóbulos rojos llevan ancladas en su superficie una serie de proteínas que pueden ser diferentes en cada uno de nosotros y que determinan a qué grupo pertenecemos. Si se recibe una transfusión de un grupo diferente, el cuerpo tiende a actuar rechazándolo como un elemento extraño: destruirá los glóbulos ajenos, dando lugar a toda una cascada molecular de productos que aumentan la coagulación y pudiendo llegar a provocar un fallo renal potencialmente fatal.


Pero esto no se sabía hasta 1901. Por aquel entonces, el médico austriaco Karl Landsteiner observó que, muchas veces, al mezclar sangre de personas diferentes la unión tendía a coagularse (o mejor dicho, a aglutinarse). Tras múltiples combinaciones, clasificó la sangre en tres grupos: A, B y O (años después se añadiría el AB) y los dio a conocer un 14 de junio. De ahí el Día Mundial. Treinta años después le darían por ello el premio Nobel de Medicina.


El otro grupo de clasificación principal, el Rh (que se distingue como positivo o negativo), no se conoció hasta 1940, y ahí también intervino Landsteiner, aparentemente poco acomodado tras el Nobel. Hoy en día se conocen más de treinta grupos diferentes, pero la mayoría son tan raros, los tienen tan pocas personas, que apenas tienen importancia en los bancos de sangre. En España hasta el 70% de las donaciones son, o bien 0+, o bien A+. Los del grupo 0-, los más que buscados donantes universales (sus glóbulos rojos no provocan reacción alguna porque carecen de las proteínas que las incitan) son aproximadamente el 9%.La hemoglobina: un acordeón de oxígeno

La sangre no se trasfunde como tal. Primero se separa en fracciones, y la más usada es precisamente la que contiene los glóbulos rojos, los transportadores de oxígeno. Pero, ¿cómo hacen para recogerlo y transportarlo, cómo saben cuándo deben cederlo? Gracias a las particulares propiedades de la hemoglobina, su proteína porteadora.


La hemoglobina de los glóbulos rojos está formada por cuatro unidades, y cada una de ellas aloja un grupo hemo, un pequeño anillo con un átomo de hierro en su interior, que es quien se une al oxígeno. En general se une muy fuerte a él, lo cual podría ser un problema: si no lo sueltan, de poco valdría transportarlo. La clave está en que las cuatro unidades se 'hablan' entre sí y funcionan como un acordeón. Es lo que se llama cooperatividad.


Cuando los glóbulos rojos pasan por los pulmones se encuentran con grandes cantidades de oxígeno a su alrededor. En el momento en que alguno de los grupos hemo capta una molécula de oxígeno se lo 'dice' al resto: aquí, 'decir' significa que se modifican enlaces químicos y la estructura entera se 'relaja', como un acordeón que se expande. Así, el movimiento hace que su afinidad por el oxígeno aumente: de alguna manera les comunica al resto de unidades que deben hacer lo mismo, y el glóbulo rojo se hincha de oxígeno.


Sin embargo, cuando llega al resto de tejidos, el proceso tiene que ser el contrario: la hemoglobina debe cerrar el acordeón, soltar el oxígeno para que las células puedan respirar. Además, deberá adaptarse a las necesidades de cada lugar: habrá órganos o regiones que lo necesiten más, y otros menos. ¿Cómo lo sabe? En parte porque las células especialmente activas liberan más CO2, respiran más y más rápido: esto hace que el pH se haga ácido y que disminuya la fuerza con la que la hemoglobina se une al oxígeno. Y entonces sucede el proceso inverso: una unidad suelta su molécula, le dice al resto que ya no la tiene, la molécula entera se 'tensa' y tiende a desprenderse de más. No solo eso: al liberarse puede también recoger el CO2 y llevarlo hasta los pulmones para deshacerse de él.


En ese baile vivimos. Y en ese baile envejecemos.


Más o menos.Sangre joven para hacerse joven

Lo hacía Drácula, pero la fuente no parece muy fiable: alimentarse de sangre joven para mantenerse joven. Siglos después, por descabellado que pudiera parecer, quizá algo de razón habría que concederle. ¿El concepto moderno que lo rescató? La parabiosis.


La parabiosis consiste, básicamente, en la unión de la circulación sanguínea de dos organismos, resultando algo así como dos hermanos siameses artificiales. Esta técnica es antigua, pero lo que resulta de ella empezó a ser importante en los años cincuenta, cuando Clive McCay unió ratas jóvenes y viejas y comprobó que el cartílago de estas parecía rejuvenecer.


La cosa quedó más o menos ahí, pero en los últimos años las sorpresas de la parabiosis se han destapado. En 2005 se vio que algo en la sangre joven 'mejoraba' a las células madre del animal más viejo, haciéndolas capaces de reponer y reparar las células de sus músculos casi como ya habían olvidado hacer. Y la espiral siguió: en los años siguientes se comprobó que algo parecido sucedía en el corazón y que incluso el cerebro parecía rejuvenecer, que su plasticidad y capacidad mejoraba claramente y con rapidez (y ya se están haciendo pequeños ensayos para comprobar si algo así puede mejorar los síntomas del alzhéimer). Pero, ¿qué hay en la sangre joven que da lugar a todos estos efectos?


Aún no se sabe, pero ya hay candidatos. El principal se llama GDF11, una molécula que parece disminuir con la edad y que, administrada por sí sola a ratones viejos, parece remedar en gran medida los efectos de compartir su sangre con un compañero más joven. Pero no está claro aún: puede haber varias variantes, y en algunos casos su administración ha producido los efectos contrarios. Y, en general, se duda de que una sola molécula pueda dar lugar a tantos y tan potentes efectos.


En cualquier caso, antes de reclamar hordas de jóvenes que donen masivamente su sangre para ir a correr una maratón con sus abuelos, queda mucho por confirmar: si las ventajas suceden también en humanos, si la mejora es relevante o fugaz, si tiene efectos secundarios y cómo de graves podrían ser.


Por el momento, existen razones mucho más urgentes y convincentes para ir a donar.

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