Noches alegres...

Ya había amanecido cuando caminaba cabizbajo por Alfonso para enfilar el Coso, otra noche innecesaria de jarana, otra mañana regresando a casa solo con su recuerdo. Los bolsillos vacíos y cierta carga moral ensombrecían las primeras luces, mi aspecto frente al reflejo de la marquesina me alejaba del consuelo, y ese sentirse observado por los madrugadores no ayudaba nada, entonces nos cruzamos, nos miramos y reímos,

-¡pero si tú estás peor que yo!- le dije,

-no te has visto…- contestó, a la par que me cogía del brazo… entonces decidíamos emprender nuestro primer y último desayuno juntos.


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