Aragón

Aquella fría mañana hizo que no quisiese levantarme de la cama, acurrucado en mis mantas, estiré el cuello para asomarme por la ventana, froté mis ojos, quería desprender aquellas incomodas lagañas y así poder contemplar la belleza de aquel lugar, Aragón. No hacía más de dos días que llevaba instalado allí, y lo poco que había podido descubri, me había fascinado. De camino aquí, a través de la ventana de mi coche, pude ver kilómetros de puro desierto, grandes hectáreas de cosechas, y ahora, en el corazón de Ordesa, en pleno Pirineo Aragonés, puedo contemplar una vida silvestre, un sin fin de colores, una suave y húmeda neblina que me provoca paz y serenidad.


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