ENTREVISTA

''Aún me sigo preguntando por el sentido de todas las cosas''

Andorra honra y nombra hijo predilecto al historiador y catedrático Eloy Fernandez Clemente.

El investigador, el explorador de caminos, el periodista incesante en su despacho: Eloy Fernández.
''Aún me sigo preguntando por el sentido de todas las cosas''
OLIVER DUCH

Eloy Fernández Clemente (Andorra, Teruel, 1942), catedrático de Historia Económica, recibe el viernes y el sábado un gran homenaje de su localidad, Andorra. Se publican libros, se organizan charlas y encuentros con jóvenes alumnos. El cofundador de ‘Andalán’, con José Antonio Labordeta, y director de la ‘Gran Enciclopedia de Aragón’, prepara sus memorias.


¿Cómo acoge este homenaje en su pueblo natal, Andorra?

Con mucha gratitud, emocionado. Que te quieran en tu pueblo es lo más grande. Y se han volcado, con mil deferencias y detalles. Hay un Ayuntamiento muy progresista y un grupo cultural extraordinario.


¿Qué recuerdos le vienen a la cabeza de Andorra?

Mi bisabuela Manuela murió cuando yo tenía cuatro años y me compraron un trajecito de mil rayas, luto de niño. La vista desde San Macario, las minas. Por parte de mi abuelo emparentamos con el célebre corredor ‘El Rey’ y con la mujer de José Iranzo, ‘el Pastor de Andorra’; y por mi abuela Concha Sauras, con el catedrático Juan Martín Sauras y su hermano Fermín, gran entendido en jota; el dominico Emilio Sauras, o los periodistas Juan Ramón Masoliver, Carlos Sauras, Ramón Mur y el estupendo poeta Manolo Estevan. Y me quedan allí unos tíos carnales muy queridos, Manolo Franco y Josefina Clemente, padres de nueve estupendos primos.


¿Le debe algo especial, intenso o inolvidable, a su infancia rural?

Sí, los largos veranos en Alloza, a ocho kilómetros, donde mi abuela era maestra y mi padre lo había sido doce años en la República, la Guerra y primera posguerra. Era una isla de libertad, de juegos, paseos, amigos. Ánchel Conte y Joaquín Carbonell, por ejemplo. Y mi hermana.


Hablemos del influjo de sus padres, cultos, maestros... ¿Qué caminos le marcaron?

Estudiar sobre todo, bondad y educación, responsabilidad. Eran muy cariñosos y dulces. Mi padre me hubiera querido ingeniero, arquitecto, médico, pero comprendió que fuera feliz con las Letras, la Historia, el periodismo.


¿Cómo nació en usted la atracción por el periodismo?

Siempre anduve fundando periódicos que escribía a mano, coleccionando fotos, ordenando datos, leyendo cuanto diario o revista caía en mis manos. Creo en el poder transformador de los medios. Trabajé con dieciocho años en la revista ‘El Pilar’ y en Radio Popular de Zaragoza, y cuando fui a Madrid, en 1963, a terminar Letras, me matriculé en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, mejor y más abierta que la oficial.


¿Y esa inclinación permanente al conocimiento, al mestizaje de saberes?

Hoy por desgracia está mucho más limitada que en los años de formación y juventud. He tenido siempre tanto que escribir y hacer, que quedaba poco tiempo para leer. Aun así he leído mucho, he viajado bastante, me sigo preguntando por el sentido de todas las cosas, asombrado por el progreso de la Ciencia, mucho más que de la solidaridad. Es más fácil entender el mundo que mejorarlo.


¿En qué medida ha sido la palabra curiosidad la clave de su vida?

Era la necesidad de estar bien informado, de saber por dónde van los tiros, qué opinar de muchas cosas. La ausencia o escasez de grandes maestros me obligó siempre al autodidactismo. Soy un gran mitómano… sin apenas mitos que admirar y seguir sus pasos.


¿Quién le descubrió Aragón? ¿Hubo una voz, un maestro, un libro, un detonante, o es una cadena de cosas, pasajes y personajes?

Mi padre fue un guía estupendo. Hice toda la primaria en la Escuela Costa de Zaragoza, con buenos maestros y un director excepcional: Pedro Arnal Cavero, que nos inició en muchas cosas: el propio Costa, los riegos, la lengua aragonesa, la Naturaleza, el amor a los animales, la corrección. Luego en Escolapios, la Normal, Letras, tuve buenos profesores (el P. Muruzábal, Sanjuán, Eugenio Frutos), que me abrieron a otros ámbitos.


Empecemos por algunos de sus temas iniciales: Costa, Nipho…

Costa, de quien vamos a celebrar el centenario de su muerte en 2011, es asombroso por su enorme capacidad y esfuerzo titánico: sobresaliente en muchas ciencias sociales, de haberse dedicado a una sola hubiera sido un genio universal. Nipho crea a mediados del XVIII el primer diario de España; maestro, pues, en mis afanes periodísticos, en que ha habido otros.


Usted, como Labordeta, es un ciudadano tamizado por Teruel. Se ha escrito mucho de ello, se ha contado y recontado, pero, a modo de balance, ¿qué significó Teruel, qué le dio, cómo le transformó?

Me dio realismo, cercanía al Aragón real, duro y difícil, años de mucho trabajo docente pero también de encuentro con gentes como él, maestro y amigo extraordinario, y otros más, y discípulos estupendos. Allí sembrabas, y brotaban plantas espléndidas, era “muy buena tierra”.


Ya que estamos en Teruel y en el embrión de ‘Andalán’, vayamos con José Antonio Labordeta. Usted era y ha sido como el hermano entrañable que le nació en otra familia. ¿Cómo lo veía, qué retrato desde la cercanía se le impone, cuál era su secreto?

Mi padre y mi tío Eloy, muerto en el frente de Teruel, habían sido internos del Colegio Santo Tomás, de don Miguel Labordeta, padre; la madre era de Azuara, como ellos, y don Miguel había ido mucho a casa de mi abuelo Luis, veterinario, para “festejar” con la futura doña Sara. Un primo de ella casó con una hermana de mi padre. Y Juana era de varios cursos más en Letras y la conocía. Labordeta tenía un secreto: se mostraba absolutamente como era; decía siempre lo que pensaba, aunque le creara problemas. Era cultísimo, tenía muy buen juicio crítico sobre literatura, historia, política, te daba siempre suaves consejos y te prestaba libros. Y nunca se creyó importante, a pesar de que lo era, y mucho.


¿Qué supuso ‘Andalán’ como aventura ideológica, periodística y cultural?

Una maravillosa escuela de periodismo práctico, de ciudadanía política, de aragonesismo y cultura. Y un vivero de grandes amigos. Esa generación está hoy culminando sus vidas profesionales, muy logradas.


Ha estado a punto de meterse en política de partido. ¿Ha lamentado alguna vez no haberlo hecho de lleno?

Jamás. Sólo milité en el PSA, año y medio. He sido rechazado (aunque las ofertas salieron de ellos, no de mí) por el PSOE y el PCE, y visto cómo funcionan por dentro prefiero votar discretamente y veo con pena qué democracia más imperfecta tenemos aún.


Has sido y es muchas cosas: catedrático, periodista, historiador, investigador constante, amigo, referente, editor de la ‘Gran Enciclopedia de Aragón’ o de la Biblioteca Aragonesa de Cultura (GEA). ¿Dónde está su mejor autorretrato o, por acumulación, lo estaría en la suma de todos?

Creo que en la suma. Trabajar a tope para conocernos mejor, amar más nuestras cosas y luchar por ellas, pero sin fanatismos ni separatismos. Al revés: el mundo es muy hermoso, todo.


¿Cómo mira desde la leve lontananza de los días el proyecto de la GEA?

Creo que para su época fue un modelo, que imitaron en Cantabria, Extremadura y en Canarias. Reuní un equipo director excelente y unos 600 colaboradores, y tuvo un nivel muy alto. Luego, ha sido una barbaridad la edición reducida, suprimiendo la autoría de las voces, un verdadero atropello, y así se ha consagrado en la versión actual on-line.


¿Y la BArC?

Fue un intento, quizá fuera de tiempo, de aportar nuevas perspectivas, actualizaciones, grandes reportajes y síntesis. No fue perfecta, pero hubo bastantes títulos de interés.


Ha publicado un sinfín de libros. En compañía de otros y en solitario. ¿Cuáles son sus favoritos?

Todos son hijos. Pero especiales: ‘La Ilustración aragonesa’, ‘Aragón contemporáneo’, ‘Estudios sobre Joaquín Costa’, los dedicados a Portugal y Grecia, ‘Gente de orden’, ‘Aragoneses en América’, y la última ‘Historia de Aragón’ que editó La Esfera hace dos años.


Durante muchos años ha estado reflexionando y pensando Aragón. ¿Hacia dónde va Aragón? ¿Estamos en un tiempo de grandes esperanzas o de inmensas atonías, de lasitud, de utopías abotargadas...?

Ni una cosa ni otra. Hemos cambiado y mejorado mucho, falta esa perspectiva que da la Historia, que por indicios es muy buena. Pero de “quejicas” hemos casi pasado a demasiado frívolamente “autosatisfechos”, salvo con la crisis. Necesitamos más presión en lo cultural, educativo, investigador, hay mucha materia prima.


Del aragonés se dice, como un tópico ya, que es individualista, saturnal, descreído, que solo es capaz de unirse en el no. ¿Cómo analiza el eco de la muerte de Labordeta, el inmenso cariño desplegado? ¿Se pueden leer esos gestos en alguna clave?

Impresionante. La gente reaccionó como en los grandes momentos, sin ninguna instrucción, espontáneamente. Sabían que era alguien cercano y grande, el aragonés más conocido y querido, aquí y fuera. Me temo que los políticos no han tomado nota, no van a seguir esa lección.


¿Cómo analiza el historiador la designación de Marcelino Iglesias como secretario de organización del PSOE? ¿Y la designación de Eva Almunia como candidata la presidencia de la DGA?

Hace mucho que no escribo de política pura y dura. Creo que se valora en Iglesias lo poco conflictivo con su partido y el Gobierno, su imagen de pacificador, sereno, correcto, y haber anunciado su abandono en Aragón sabiendo que repetía casi seguro. Hubiera preferido que Eva Almunia, que estimo buena candidata de su partido, lo fuera tras un proceso más diáfano y democrático, que los partidos rehúyen cautelosos. Y ahí está el ejemplo de Madrid.