Y la cigüeña llegó a Urriés... casi tres décadas después

?Aitor nació el pasado 8 de enero y es el primer bebé de esta localidad cincovillesa desde octubre de 1987. Sus padres llegaron hace tres inviernos al pueblo, donde regentan el bar, la tienda y el albergue, y donde encontraron la tranquilidad que buscaban tras dejar Barcelona.

Borja Montero y Cristina Clemente, con su hijo Aitor y el penúltimo nacido en el pueblo, Héctor Orduna
Y la cigüeña llegó a Urriés... casi tres décadas después
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Aitor es el verdadero protagonista de esta historia, aunque no lo sería tanto sin Héctor. Ambos tienen en común a Urriés, el pueblo que les vio nacer. Al primero, hace 24 días y al segundo, 27 años antes. Entre 1987 y 2015, la cigüeña siempre pasó de largo por este pequeño municipio cincovillés hasta que, por fin, el pasado 8 de enero, esta ave zancuda aterrizó. Y, además, el bebé que trajo, venía para quedarse. Aitor se ha convertido en la esperanza de un pueblo al que, como tantos otros, la despoblación ha condenado a morir.


Los 38 habitantes empadronados que contabiliza el Instituto Nacional de Estadística –según el último dato de 2014–, se convierten en 27 vecinos durante todo el invierno. Casi todos, gente mayor. Las calles del pueblo solo rejuvenecen los fines de semana, en verano y fiestas, cuando las segundas residencias cuelgan el cartel de completo.


Este era el panorama hasta que hace tres inviernos Cristina Clemente y Borja Montero, que ahora tienen 29 y 28 años, respectivamente, se afincaron en el pueblo. Aunque son de Pamplona, la madre de ella es natural de Navardún, otro pequeño pueblo a apenas dos kilómetros de distancia de Urriés. Ambos acababan de terminar sus estudios de Arte y Diseño en Barcelona y encontraron en las Altas Cinco Villas la tranquilidad que buscaban, además de casa y trabajo para los dos.


"Huíamos del caos de una gran ciudad como Barcelona. Lo que queríamos era vivir tranquilos", cuenta Borja. La pareja se enteró de que el multiservicios del pueblo estaba disponible y, desde entonces, se encargan del bar, albergue y tienda. Lo reabrieron hace tres años, un 8 de diciembre, coincidiendo con las fiestas menores de la localidad en honor de Santa Bárbara. "Desde el primer día que abrimos el local nos sentimos muy bien acogidos. Los vecinos quedaron para venir juntos", añade.


Esa buena acogida hizo que ambos decidieran crear aquí su propia familia. Y así fue como llegó al pueblo el primer bebé en casi tres décadas. "Un poco antes de Navidad nos fuimos a Pamplona, donde nació Aitor, cuatro días después de lo previsto", comenta Cristina. "Cuando cumplió una semana, volvimos a Urriés –sigue–. Y aquí... para largo".


Todo el pueblo ha ido a conocer al nuevo vecino e incluso los que solo van los fines de semana, "lo van conociendo en cuanto llegan o por fotos que les enviamos", añade la orgullosa madre. "Como aquí no hay gastos extra... se puede vivir con este trabajo", dice.


La falta de servicios o equipamientos no es un handicap para esta pareja. "Sos está a diez minutos por carretera; Sangüesa, también muy cerca, y lo mismo Pamplona, adonde llegas enseguida por la autovía", dice Cristina. El médico va una vez por semana, pero como ellos cierran su negocio los martes, aprovechan el día para visitar a su familia navarra o acudir a las citas con el pediatra.


El colegio del pueblo cerró hace mucho tiempo. "En Undués de Lerda –pueblo a 11 kilómetros de distancia– la escuela tiene este curso unos siete niños de distintas edades... Nos gusta ese tipo de educación para Aitor", comenta el padre. "Aunque no hay niños que vivan aquí todos los días, los fines de semana y en verano vienen. Y también están sus primos, que acuden a visitarle", añade ella, restándole importancia a este asunto.


Héctor Orduna coincide en que esto no es un problema. Al menos, a él nunca se lo pareció. A sus 27 años ha perdido el título de ser el último niño nacido en Urriés –o mejor, que, como Aitor, vino al pueblo nada más dejar el hospital–. El próximo octubre cumplirá 28 y, aunque ahora lleva cuatro años viviendo y trabajando en Zaragoza, estuvo en el pueblo hasta los 16. "Aunque solo estábamos mis hermanos y yo, los fines de semana jugábamos con otros niños que venían y también en el colegio", cuenta. Hasta los 9 años acudió a Sos del Rey Católico y después se cambió a un centro escolar de la localidad navarra de Sangüesa.


Cuando cumplió 16 se fue a estudiar a Zaragoza. "Sigo viniendo los fines de semana, festivos, en verano...", dice Héctor. Sus padres y un tío continúan viviendo en Urriés, aunque ni él ni ninguno de sus hermanos se quedaron en el pueblo. "En invierno es más duro por la soledad, pero en verano se está muy bien. De todas formas, ellos ya llevan tiempo aquí y saben lo que hay", comenta Héctor refiriéndose a los padres de Aitor.