Los fotógrafos del National Geographic sacan los colores a la vida

Una muestra de 63 instantáneas ilustra la diversidad cromática del mundo y el diferente significado que adopta en cada civilización.

Un marinero trepa por la jarcia de un barco al caer el sol en Buenos Aires.
Un marinero trepa por la jarcia de un barco al caer el sol en Buenos Aires.
Bruce Dale

El azul de un lago es relajante, pero el mismo color en el cielo transmite una sensación de inmensidad y en la profundidad de los océanos apela a lo desconocido. La diversidad de la paleta que ofrece la naturaleza es portentosa. Solo los grandes fotógrafos, como los del National Geographic, son capaces de atrapar la riqueza cromática de los ecosistemas. Tal diversidad se puede apreciar en la exposición 'Colores del mundo', una muestra que reúne 63 instantáneas y que se puede ver hasta el 29 de octubre en CaixaForum Zaragoza.

Por fortuna, la vida cotidiana va más allá de las oscuridades grisáceas que tiñen el panorama en las grandes urbes. Fuera del tráfago de las ciudades, el ojo se recrea y descansa en un hermoso caleidoscopio de colores. De los brumosos azules de la mañana a los vívidos púrpuras y rojos de la puesta del sol, esta exposición incita a descubrir que el color está en todas partes, aunque a veces pase desapercibido a nuestra mirada. Cada ámbito de la exhibición está dedicado a un color, su significado, sus cualidades y su simbolismo a lo largo del tiempo.

En la muestra participan fotógrafos de National Geographic, como Joel Sartore, Steve McCurry, Michael Nichols, Lynn Johnson, Jodi Cobb, Paul Nicklen o Frans Lanting. Sus cámaras han capturado la esencia de paisajes, culturas y tradiciones de todo el globo, desde Papúa-Nueva Guinea hasta India pasando por Italia, República Democrática del Congo, Chile o Estados Unidos.

El hombre se ha sentido seducido por los colores desde tiempos remotos. Uno de los primeros que se buscaron fue el púrpura de Tiro, que fascinaba a los antiguos fenicios y que se extraía de las glándulas de unos caracoles del mar Mediterráneo. Los costes de producción eran tan elevados que solo muy pocos afortunados podían permitirse tener un vestuario con ese tinte, lo que generó para siempre un simbolismo alrededor de este color, también llamado 'púrpura real'.

Una foca en Groenlandia.
Una foca en Groenlandia.
Brian J. Skerry

El lenguaje de los colores no es el mismo en todos los lugares. Si en India y Japón el rojo significa pureza, en África se usa como signo de duelo, mientras que en otros países se identifica con la potencia y la fuerza. Esta variedad se produce también con el amarillo, que connota tanto júbilo como calidez y relajación. A su vez, puede simbolizar el intelecto, ya que el amarillo es el color de la iluminación.

Crepúsculo en el río Zambeze

El naranja, expresión de la calidez, hermosea el crepúsculo, como puede observarse en la imagen de unos ñus que vagan cerca del río Zambeze. En otras fotografías este color desata su pirotecnia en el volcán Nyiragongo, en la República Democrática del Congo, e impregna de sosiego la túnica de un monje budista camboyano.

«Todos percibimos la vida de una manera diferente en función de lo que ven nuestros ojos. Nuestra mirada es capaz de percibir un millón de colores. Pero si has nacido en zonas selváticas o boscosas, puedes ver muchos más verdes que los que hemos crecido en urbes, y lo mismo ocurre con quienes están acostumbrados a los azules del mar o a los áridos climas desérticos», apunta el jefe de exposiciones de ciencia de la Fundación La Caixa, Javier Hidalgo.

Nada más cierto que la geografía determina nuestra mirada, aunque ciertos patrones culturales se repiten. Aquí y en casi todas partes el verde significa renovación y manifestación de vida. Los primeros brotes de una planta hablan del renacimiento que sigue al invierno. En la exposición se aprecian distintos tonos de verde: el esplendor en torno a un campesino que cosecha el primer té del año en Japón, el que vibra en el aleteo de unas mariposa en Bolivia o el verde chillón de un quetzal guatemalteco, un ave de vistoso plumaje. Pero la ausencia del verde es tan notoria que sobrecoge la desolación de una mujer que deambula por un campo arrasado por las lluvias monzónicas en un estado de la India.

Representación de lo etéreo, lo inmaculado y lo prístino, el blanco es el color de los principios y los finales, de la nada y el todo. Es acromático y contiene todos los colores del espectro electromagnético. Allí donde haya una novia, un médico, un judoka, allí estará el blanco en forma de vestido, bata o kimono. En la muestra, el blanco brilla en el delicado plumaje del pingüino rey en Georgia del Sur. Pero la blancura también puede ser abrumadora hasta casi cegar la vista, como lo hace en el desierto de sal de Bonneville, en Estados Unidos.

Vemos las radiaciones que emiten los objetos, el azul de un zafiro, el verde de las frondosidades amazónicas, los ocres y amarillos del Sáhara. «Es a través de la mezcla de colores que percibimos el mundo», asegura el comisario de la exposición, Rubén Duro. Para gustos, los colores. 

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