Cuando los hijos salen del cascarón

Casi sin darnos cuenta, los hijos van creciendo y, antes o después, llega el momento crítico para todo adolescente en el que comienza a caminar sin ayuda y en el que cada paso que da representa una nueva decisión.

Nuestros hijos empiezan a sentirse más autónomos, pero eso no significa que todo vale.
Nuestros hijos empiezan a sentirse más autónomos, pero eso no significa que todo vale.
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Nos guste o no, el ser humano nace indefenso. “Y si no fuera por nuestros padres, tendríamos pocas oportunidades de sobrevivir”, puntualiza Eduardo Felipe Gimeno, maestro de educación primaria y doctorando en Ciencias de la Educación. Sin embargo, los hijos van creciendo y, antes o después, llega “el momento crítico” para todo adolescente, en el que comienza a caminar sin ayuda y “cada paso que da representa una nueva decisión”. “¡Romper el cascarón no es fácil!”, exclama Eduardo Felipe. “Tomar las riendas de la vida -continúa- suele ser bastante complicado. Y los padres vemos cómo nuestros pequeñines se van convirtiendo en adultos”. Reconoce, también, que en todo este proceso de cambio, muchas veces, “nos sentimos agotados y nos preguntamos si, como padres, lo estamos haciendo bien”. Por eso, llegados a este punto, es muy importante demostrarles todo nuestro cariño. “Recordemos -insiste Eduardo- que ese adolescente rebelde es nuestro hijo al que queremos con locura y que, aunque a veces no lo parezca, él también nos adora”. Por eso, dedicarles parte de nuestro tiempo es una “excelente manera de fortalecer vínculos”. A la pregunta de cómo podemos acompañar a nuestros hijos en ese camino hacia la madurez, Eduardo responde:

Comunicación, siempre comunicación. Una relación sana se basa en la comunicación. Y los padres debemos escuchar, de verdad, lo que nuestros hijos tienen que decirnos. Hay que saber buscar el momento y el tema oportunos. Sentarse en el sofá a ver una película, puede servir para conocer los gustos de nuestros hijos. Por cierto: ¿sabemos qué música escuchan? ¿qué libros leen? ¿qué les molesta? ¿qué le gusta? Prohibidos los interrogatorios. Si retrocedemos hasta nuestra adolescencia, seguro que recordamos algún interrogatorio de esos tipo 'tercer grado' que, en su día, nos hicieron nuestros padres; fijo que el recuerdo no es muy agradable. Debemos confiar en los hijos, hablarles, hacerles sentirse bien. Los padres no somos detectives. Nunca debemos curiosear entre sus cosas. Nuestro hijo empieza a tener su privacidad. Leer su diario, su correo electrónico o su whatsapp, entre otras cosas, puede hacer que el adolescente se sienta herido y que no pueda o no vuelva a confiar en sus padres. Pactar y fijar límites, prioritario. Ya hemos dicho en repetidas ocasiones que es muy importante pactar los límites y actuar en consonancia con ellos. Es cierto que nuestros hijos empiezan a sentirse más autónomos, pero eso no significa que todo vale. La hora de volver a casa, por ejemplo, puede ser una buena excusa para consensuar unos límites. ¡Bienvenida, responsabilidad! Ya es hora de que nuestros hijos comiencen a ser responsables. Tomar una decisión implica una responsabilidad, con todo lo que ello conlleva. Por eso, es muy importante que los límites se cumplan y se respeten. ¿Y qué hacemos para que cumplan los límites? No es fácil, pero debemos ser firmes. Es imprescindible que los padres sean coherentes y respeten la decisión de sus parejas. Si uno de los miembros dice que «sí» y el otro que «no», crearemos límites borrosos, poco claros y definidos. Participar en su vida escolar. No hay que descuidar su vida escolar. El instituto no es una impresora de boletines cargados de calificaciones. Reunirse con los tutores y asistir a las reuniones, nos ayudará a entender a nuestros hijos. También es importante que los dos progenitores participen en su vida escolar. No podemos cargar a un solo miembro de la pareja con el peso de la escuela y todo lo que ello conlleva. Y, si es necesario, pedir ayuda. Hacer un alto en el camino y pedir ayuda cuando lo necesitamos no es nada de lo que tengamos que avergonzarnos. Si no podemos controlar lo que pasa en nuestra casa no es porque seamos malos padres, sino porque necesitamos parar, reflexionar y corregir aquello que no funciona. Y, a veces, se necesita la ayuda de un profesional. Besos y abrazos, imprescindibles. Lo mejor que podemos hacer es felicitar a los hijos por sus logros y no centrarnos únicamente en lo negativo. Que nos digan constantemente lo que está mal es algo muy cansado y nos agota emocionalmente. Es fundamental darles un abrazo o un beso cuando hacen las cosas correctamente. Los besos y abrazos nunca sobran

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