Pensiones

El Estado de bienestar es imposible sin impuestos, pero puede resentirse por una fiscalidad injusta. No es demagogia: las renuncias a las herencias, las plusvalías cuasi confiscatorias o los tributos inmobiliarios con ‘catastrazos’ por encima de mercado están a la orden del día. El problema nace cuando el impuesto deja ser un medio y se convierte en un fin, cuando es solución para cualquier problema ante el que la política se declara impotente o incompetente. Rajoy ganó prometiendo una bajada de impuestos y aplicó la mayor subida fiscal de la historia. Lambán se comprometió a no subirlos, y ya pagamos todos los céntimos de la gasolina o unas sucesiones más gravosas. Ninguno ha solucionado nada, ambos siguen recortando. Ahora anuncia Pedro Sánchez que, si gobierna, creará un nuevo impuesto para mantener las pensiones, como si los trabajadores no estuvieran obligados a cotizar toda su vida en la Seguridad Social. Fin irreprochable, medio discutible. Mientras tanto, ahí siguen todos, sin abordar el gran lastre, que está en una administración pública plagada de ineficiencias, obsolescencias, duplicidades y clientelismos. Es la madre del cordero, pero nadie se pondrá la piel de lobo electoral.