Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Polariza y vencerás

Polariza y vencerás
Polariza y vencerás
POL

Tendemos a buscar un mesías político o un chamán que te vende fácilmente una historia de buenos y malos. Ahí es donde viene el problema de la polarización y donde la política acaba convirtiéndose en una lucha cósmica entre el bien y el mal". 

Así explica la política del siglo XXI el catedrático aragonés Víctor Lapuente, en su ensayo ‘El retorno de los chamanes’ (2015). Lo cierto es que la polarización viene erosionando las democracias liberales desde hace décadas. Se trata de un fenómeno global, inseparable de las pulsiones populistas.

El político no está en las instituciones para satisfacer su narcisismo con el aplauso incondicional de sus seguidores sino para gestionar con eficacia los asuntos públicos.

La política es hoy mucho más visceral que racional. Las sociedades occidentales han caído en una ‘espectacularización’ sin límites. Berlusconi, Trump, Boris Johnson o Puigdemont son paradigmáticos ejemplos de una caterva de personajes que han hecho carrera a base de histrionismo, frentismo, victimismo y resentimiento. Han impuesto un estilo provocador que apela esencialmente a los instintos primarios del ser humano. Más testosterona que neuronas. "Ya no se trata de constreñir, mandar, disciplinar, reprimir, sino de gustar y emocionar", ha escrito Lipovetsky en su ‘Ensayo sobre la sociedad de seducción’ (2020).

Los hechos demuestran que gana peso el extremismo a costa de la moderación. En la Europa de la segunda mitad del siglo XX, las tradiciones socialdemócrata y democristiana trataron de cohesionar a las clases medias apelando a sus intereses comunes, a la búsqueda de compromisos por consenso. En cambio, la táctica populista intenta hacerlo apelando a sus aversiones compartidas, tal y como teorizó Laclau; prefiere exacerbar el conflicto porque genera espectáculos políticos más eficaces para captar la atención de la audiencia. "Radicalizarse es el procedimiento más socorrido para hacerse notar, una exigencia imperiosa en ese combate por la atención que se libra en nuestras sociedades hiperconectadas", escribe Innerarity en ‘Una teoría de la democracia compleja’ (2019).

Por ello, cuanto más democrático es un país, menos influencia tiene en su destino la personalidad de sus dirigentes

La polarización es la piedra angular del populismo postmoderno. Y para instaurarla resulta mucho más útil recurrir a las emociones que a las razones. Múltiples casos han demostrado la capacidad movilizadora de la apelación a la emotividad. Los dirigentes polarizadores aparecen como líderes personalistas que buscan la constante aclamación popular. Sin embargo, en democracia, los gobernantes no tienen que asaltar los cielos sino mejorar en la tierra la vida de sus conciudadanos. Los candidatos no deben prometer la felicidad a sus electores sino conformarse con facilitar las condiciones para que cada uno la busque por su cuenta.

El político polarizador, cada vez más frecuente en todo el mundo, centra sus esfuerzos en fracturar a la sociedad en dos bandos para dejar claro que él es el líder de uno. Sin embargo, como demostraron los profesores Levitsky y Ziblatt en ‘Cómo mueren las democracias’ (2018), los sistemas liberales funcionan si todos los partidos respetan dos principios procedimentales: la tolerancia mutua y la contención institucional.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Javier Rueda en HERALDO)

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