Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

A Sánchez no le gusta la prensa libre

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la sesión de control al Gobierno celebrada este miércoles en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en una sesión de control al Gobierno en el Congreso.
J.P. Gandul

A Pedro Sánchez no le gusta la prensa. En realidad, al poder nunca le ha gustado la prensa libre, ni ahora ni en los albores de la Ilustración. Por eso, la historia del periodismo es, al mismo tiempo, la crónica del control de los medios de comunicación y de los periodistas ante los abusos de las instituciones. Y también, la del necesario autocontrol de los medios.

Habría que recordarle al presidente del Gobierno que ya en 1947 se creó en Estados Unidos la conocida Comisión Hutchins, en la que se abría el debate sobre la necesaria responsabilidad social en la labor periodística. 

En la medida en que la información genera un bien de extraordinaria relevancia social que obliga a una responsabilidad ética de medios y periodistas, cumple un papel insustituible en la democracia. Es más, sin una prensa vigorosa y libre, no solo se resienten las instituciones sino que arrastra unas graves implicaciones para la democracia.

Democracia y prensa libre forman un binomio insustituible y están directamente conectadas. Avanzan o retroceden al mismo tiempo. Por lo tanto, no debería temer el presidente por una supuesta falta de autocontrol, corregida por los códigos éticos de los medios y por las federaciones y asociaciones de la prensa. Y, ante todo, por la ley porque el derecho a la información, constitucional, protege tanto la libertad de expresión como la de información. Y, también, a los ciudadanos de los abusos en el caso de la falta de veracidad.

Ese temor de una prensa descabalgada de la realidad es, al menos, lo que se traduce de su carta, en la que habla textualmente de medios “de marcada orientación derechista y ultraderechista” y de la existencia de una “galaxia digital ultraderechista”.

Los calificativos son graves e impropios de la tranquilidad que se le debe exigir a un presidente del Gobierno. Obvia con intención Sánchez en su misiva abierta a todos los ciudadanos formularse las preguntas clave: ¿Son veraces las informaciones que cuestionan las actuaciones de su mujer? ¿Es verdadera la carta de recomendación a la empresa del aragonés Barrabés que firmó su mujer para presentarse a un concurso público? ¿Es cierta la relación personal de Sánchez y de su esposa con los dueños de Globalia, que financiaron un acto del órgano que dirigía Begoña Gómez? ¿Es cierto que el Consejo de Ministros, con Sánchez al frente, aprobó posteriormente el rescate millonario a Air Europa, perteneciente a Globalia? Eso es lo que la supuesta prensa cavernícola ha difundido. Y esa es la obligación del periodismo, le parezca bien o mal a Sánchez.

Porque una cuestión es la apertura de diligencias judiciales, que pueden conducir o no a una condena o incluso a un archivo previo de la causa, y otra muy distinta que los hechos deban conocerse, que el público deba saberlo y que, éticamente, sea reprochable al margen de las decisiones judiciales. Y esa es la obligación de la prensa. La misma actitud que debe tener ante cualquier otro indicio de mala praxis, ilegalidad, o corrupción, como en el caso de la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Tampoco abrazan la ética los periodistas que solo abordan los supuestos casos de tráfico de influencias de políticos de un partido, pero nunca de otro.

Pedro Sánchez podrá irse al rincón de pensar cinco días a costa del erario público. Pero en su reflexión no debe olvidar que la prensa seguirá cumpliendo su papel, pese al inquilino de turno de la Moncloa. Todos serán ásperos con esa maravillosa profesión que solo sirve y debe servir los intereses de los ciudadanos. De nadie más.

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