Por
  • Carlos Ferrer Benimeli

Maravilloso

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Heraldo

Hace ya un tiempo, oyendo un programa de radio tipo ‘magacín’, de esos que tratan de ser amables y sin malos rollos (presentación de libros, discos, películas o estrenos teatrales, acontecimientos sociales, cotilleo rosa, turismo… y entrevistas), paré de contar a partir de 50 ‘maravillosos’ o ‘maravillosas’, ‘maravillas’ y ‘maravillosamente’. 

Quedé horrorizado y, desde entonces, sigo muy atento al empleo abusivo y excluyente de esta familia de palabras, que está acabando con otras muchas compañeras de diccionario. Veamos algunos ejemplos.

En una entrevista a una actriz de teatro: "se trata de una obra maravillosa… un texto maravilloso… unos compañeros de reparto maravillosos… el público se lo pasa maravillosamente…".

En un programa de viajes: "una ciudad maravillosa… una gente maravillosa… una catedral maravillosa… unos jardines maravillosos… una gastronomía maravillosa…".

En programas y concursos de televisión, y ante cualquier chorrada dicha por un invitado o por un concursante, el presentador remata indefectiblemente con un "¡Qué maravilla!".

El uso excesivo y casi exclusivo de los términos ‘maravilla’ y ‘maravilloso’ para valorar favorablemente cualquier cosa resulta cursi y empalagoso

Lo mismo ocurre en algún programa televisivo de cocina que visita restaurantes por toda España, cuyo presentador se gana la mitad del sueldo con el "¡Qué maravilla!". El diálogo-tipo es: "¿Desde cuándo existe este restaurante?". "Lo abrieron mis abuelos hace noventa años", "¡Qué maravilla! ¿Y cuál es su plato insignia?", "La perdiz escabechada con…", "¡Qué maravilla!". Y eso es todo.

En los recientes Premios Goya (entregados el 10 de febrero), entre otros muchos ‘maravillosos’ destacó un premiado que en su minuto de dar las gracias dijo ‘maravilloso’ ¡ocho veces!

Ahora todo es ‘maravilloso’: un pintor maravilloso, una tela maravillosa, una canción maravillosa, un viaje maravilloso, una montaña maravillosa, un abuelo maravilloso, un atardecer maravilloso, un queso maravilloso, un pase (de fútbol) maravilloso, un cocido maravilloso… Un hartazgo indigestible que convierte al personal en empalagoso, cursi y melifluo.

Y revela una pobreza léxica que está dejando marginados muchos otros vocablos

Y, como he dicho antes, la ‘familia maravillosa’ está empobreciendo drásticamente el vocabulario de mucha gente que vive precisamente de la palabra. ¿Han oído ustedes últimamente en radio o televisión alguno de estos adjetivos ponderativos: precioso, singular, estupendo, genial, soberbio, magnífico, acogedor, grandioso, espectacular, grato, excelente, exquisito, agradable, espléndido, selecto, perfecto, extraordinario, soberbio, inmejorable, admirable, excepcional, sorprendente, fastuoso, delicioso, primoroso, excelso, fantástico, placentero, refinado, insuperable, deslumbrante, colosal, atractivo, suntuoso, brillante, fabuloso?

Y, remedando a Groucho Marx, "si no le gustan mis propuestas tengo otras": portentoso, delicado, sublime, fabuloso, inestimable, prodigioso, valioso, bonito, hermoso, ameno, plácido, ideal, vistoso, notable, luminoso, flamante, sobresaliente, único, formidable, exclusivo, satisfactorio, perfecto, fenomenal, sugestivo, etc.

¡Reconózcalo, en los últimos años usted no ha oído en radio o televisión ninguno de estos adjetivos! Ahora todo es sólo ‘maravilloso’.

Cervantes utilizó 22.939 palabras diferentes en ‘El Quijote’. ¡Qué tiempos aquellos, Don Miguel, cuando Don Alonso decía que "las palabras son la lengua de la mente"!

Carlos Ferrer Benimeli es profesor jubilado de la Universidad de Zaragoza. Este artículo es un extracto de su libro ‘Topicazos, Gracietas y Cursiladas. Las gilipolleces nos invaden’ (Amazon)

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