Cómprese una vida

Cómprese una vida
Cómprese una vida
Pixabay

Es pura ficción apelar a la igualdad en general porque es indiscutible –y también, dicho sea de paso, bastante reconfortante– que las identidades son diversas. 

El problema viene cuando el carácter quimérico de la igualdad se extiende al individuo ante la ley y a sus derechos y obligaciones, que es uno de los principios más fecundos que sostienen el armazón de las democracias. Y no haría falta ser más explícito en esto cuando el Parlamento español se encuentra discutiendo sobre la amnistía a los implicados en el llamado ‘procés’. Es decir, tratando de consagrar una obvia desigualdad a través de la ley que debería rechazarla.

Las circunstancias son la piedra en la que tropieza la utopía de la igualdad. Con ellas se abren debates y se aportan matizaciones ante un concepto idealizado y, ciertamente, utilizado a menudo a la ligera. El más célebre de los avisos es la máxima orteguiana: "yo soy yo y mis circunstancias", un monumento al relativismo que en el fondo sirve como elegante prólogo a un ejercicio que se ha ido haciendo más y más complejo: el de ponderar las identidades, que es tanto como decir calibrar las circunstancias.

En esto hemos llegado a cierto desquiciamiento de difícil solución, especialmente en cuanto al cambio de género, porque lo que se contrapone legítimamente a la evidencia es la soberanía individual. En algunos casos esa modificación reporta ventajas que fija la norma pero el posible fraude de ley resulta indetectable. "Yo soy como soy y al que no le guste que se compre una vida", dice un cabo del Ejército con barba que ahora se declara "mujer lesbiana".

El caso es que del conglomerado de circunstancias, en ocasiones precario, se nutren los movimientos identitarios, tan inherentes a los nacionalismos y tan afectos a la nueva izquierda. Sin ellos no es posible explicar hoy la realidad de la política española. Y la estrategia de abundar en las desigualdades legales entre ciudadanos y autonomías está en el origen de la creciente crispación. El privilegio que surge de la desigualdad es el botín por el que batallan grupos, colectivos y tribus. Una vieja pugna a la que la sensatez nunca estuvo convocada.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Alejandro E. Orús en HERALDO)

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