Comer lento

Comer lento
Comer lento
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Un encuentro de dos comensales propicia las confidencias y refuerza la relación entre ellos, mientras que en las citas de más de dos individuos se cambia la intimidad del tú a tú por el disfrute del espíritu grupal. 

Y este, según los últimos experimentos antropológicos, se diluye drásticamente cuando se supera la media docena de participantes, pues se forman subgrupos que no llegan a compartir la misma experiencia.

En mi caso, hace mucho tiempo que no asisto a convites amplios, en los que no confraternizo ni siquiera con quienes tengo al lado o enfrente. Ya no encuentro allí el ambiente apropiado. Será que con los años he perdido facultades –viveza, oído, paciencia– y cada vez me perturban más el guirigay, las conversaciones cruzadas y todo lo que deturpa el trato personal.

Además, como nos falta tiempo, dichas convocatorias sustituyen falsamente a las más reducidas, de las que sí sigo gozando, siempre que tengan lugar entre iguales, sin jerarquías, y civilizadamente, en tanto que, como nos muestran las sociedades del mundo animal, alimentarse en compañía es un acto colaborativo, no una suma de individualidades.

En este sentido, respecto a la versión humana de dicha colaboración, conviene seguir reglas como no sorber, ni engullir, ni acaparar. Ni comer tan lento como para retrasar al resto, norma en la que, según suele apuntar mi amigo Toño Torcal –comensal refinado a la bilbilitana–, no se repara lo bastante.

Ahora bien, en última instancia, saber comportarse no es sino respetar al prójimo. De modo que los modales más valiosos en la actualidad, en la mesa y fuera de ella, son retirar el teléfono y no reproducir la bilis faltona de las redes digitales.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Javier Usoz en HERALDO)

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