Cofradías

Procesión de la cofradía de las Siete Palabras de Zaragoza
Procesión de la cofradía de las Siete Palabras de Zaragoza
MARCOS CEBRIAN

El fenómeno del resurgimiento de las procesiones de Semana Santa en España es digno de estudio. Tan rápido como todo lo que se nos ha venido encima. No hay que engañarse; hay que luchar y conservar la esperanza de un mundo mejor. 

Pero el de ahora mismo no es mejor que el de antes de la pandemia. Quizá, de manera inconsciente, como en todos los momentos de crisis, se vuelven los ojos al cielo. A pedir y a rezar.

Existen además otros muchos factores. Como la sentida necesidad de conservar los valores tradicionales. Como en todo el mundo. En España, se asimilaron los valores y costumbres tradicionales con el franquismo. Cuando estos valores y costumbres no eran franquistas, sino de la España de toda la vida. Entonces, el desfile procesional, con sus pasos y sus capirotes es algo de siempre, que durante unos años pareció venirse abajo. Aún recuerdo los años del alcalde de Zaragoza González Triviño, cuando veíamos que los cofrades iban por un solo carril del paseo de Sagasta, para no interrumpir la circulación. Pues las tradiciones, tan aragonesas como españolas (la procesión del Santo Entierro de Zaragoza es la más antigua y larga de los Viernes Santos españoles) son la esencia de los pueblos. En España ha habido un afán destructor de las tradiciones.

Como si la tradición estuviera reñida con la modernidad. Ese afán modernizador a la americana (lógico hasta cierto punto, pues sin ir más lejos, los edificios han sido hasta hace poco misérrimos en comparación con el resto de Europa) se ha llevado muchas cosas por delante. Desde luego, parte de nuestra idiosincrasia más profunda. Ese afán por trabajar horas y horas (es ya mayor que la media europea) no deja de ser de tradición calvinista, y nos priva ya del ocio que queremos. No el que nos imponen todos a una, como el Gran Hermano querría. Ahora, al parecer, tenemos dos posibilidades: irnos de puente o acudir a las procesiones.

¿Qué ha pasado para que un país ya agnóstico, cuando no ateo, en las ideas y en los hechos, se avergüence de serlo cuando le preguntan por la calle, y diga que es cristiano? Son tantas cosas. Para empezar, los cofrades son en su mayoría chicos y chicas que así alternan y disfrutan. Los padres, abuelos y hasta bisabuelos hacen fila para verlos. Todos los que quieren ser alguien y no pueden, están encantados de portar el bastón de mando. Y los curas son escuchados en sus prédicas. El que no se consuela es porque no quiere.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Luis Mateos en HERALDO)

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