Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Una palabra detrás de otra

Una palabra detrás de otra.
Una palabra detrás de otra.
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Cuando se empieza a escribir esta columna en papel (aquí no procede, lo sé) encuentras texto falso en la premaqueta. Ya saben, el famoso ‘lorem ipsum’, o una cita del Quijote. Lo quitas y empiezas a emborronarla con otro texto que puede ser falso si es fabulado, y que definitivamente no debe serlo si habla de algo real. Las palabras están aprisionadas en una caja que ustedes no ven (ver arriba la puntualización), y que sirve de guía para cuadrar el texto y darle un aspecto uniforme, que mejora su legibilidad. Las frases se van asentando en este desfile de caracteres que se descuelga hacia el fondo, mientras se cierran ideas abiertas en un relato que no suele ser lineal. Todo depende del estilo que identifique a la persona firmante, de lo dada que sea a los circunloquios, las subordinadas y las aposiciones, de su capacidad para sintetizar el discurso y encauzar la dispersión de ocurrencias que invariablemente acompaña al discurso cuando no tiene un fin definido. 

La palabra es una herramienta poderosa, la más importante en materia de comunicación (está la no verbal, sí, pero vaya, no es lo mismo) y usarla al tuntún puede tener consecuencias funestas, pero aún es peor cuando se emplea con una intención aviesa; por ejemplo, convencer a alguien de la nimiedad de un insulto, una amenaza, un recorte en ayudas a la cultura o un bombardeo sobre civiles. También son terribles el fondo y la forma utilizados con intención de herir, y maravillosa la unión de dos o tres frases para mostrar empatía ante la desgracia, o complicidad en la alegría. Las palabras reivindican su papel en la sociedad, ya sea en el turno lábil de la cigarra o en el laborioso de la hormiga. Feliz lunes tengan vuecencias.

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