Por
  • Miguel Ángel Heredia García

Del ocaso de los valores: ¿y la humildad?

Del ocaso de los valores: ¿y la humlidad?
Del ocaso de los valores: ¿y la humlidad?
Heraldo

Me ocurrió ya hace unos años cuando impartía una conferencia sobre los valores en la educación y, entre otros, hablé de la importancia de la humildad. 

Al terminar el coloquio posterior y ya habiendo abandonado el estrado, se acercó un asistente, profesor, y me dijo, no sin cierta ironía, que cómo incluía la humildad en la categoría de valor, pues él la entendía con connotaciones religiosas. Le expliqué que no había hablado de caridad, que es lo que casi daba a entender con sus palabras, sino de un valor fundamental, transversal a todos los estadios de la vida y de la sociedad. Sin ella no podemos aprender y, por lo tanto, crecer como civilización.

Creo que en este caso se la ha reconocido como valor importante antes en las empresas que en la escuela. Si se tiene cada vez más en cuenta en el mundo profesional, con la permanente transformación y exigencia que vive, podremos pensar que tiene verdadera importancia. Se debe practicar, pues su contrario, la soberbia, esconde sin duda el miedo a reconocer nuestras limitaciones, que cada cual tiene, y además reduce la capacidad de aprendizaje, limita la empatía y entorpece el trabajo en equipo. Casi nada.

La humildad es una virtud que todos debemos practicar. Sin ella no podemos aprender

En el contexto empresarial, la humildad es clave, pues nos vemos en la necesidad de aprender de quien ocupa un puesto de menor responsabilidad que el nuestro, de quien acaba de llegar, de quien, incluso, no nos cae simpático, que de todo hay.

Desde una perspectiva más global, tampoco ayuda que sea habitual hoy, en nuestra sociedad, comportarnos con cierta soberbia sobre nuestros conocimientos y opiniones, pues nos doctoramos en siete carreras mirando cinco minutos internet: este médico no está preparado, esta profesora no tiene ni idea y así podría seguir… Que bajen de la nube quienes subieron a ella sin mérito alguno.

Soy consciente de que mis palabras pueden ser rebatidas, pero quedémonos con la esencia, con que no sabemos tanto y con que con humildad aprenderemos de cualquiera. Y en la escuela lo aplico a todos los agentes implicados. Al alumnado que, con humildad, no debería cuestionar lo que explica cada docente por sus dos minutos de Wikipedia; a las familias, que me gustaría que humildemente confiaran en el profesorado, que a veces explica unos contenidos de una determinada manera porque forman parte de un plan que busca un aprendizaje progresivo o por un enfoque pedagógico que desconocemos. Y también a la clase política, que debería escuchar a quienes se dedican día a día a la educación en las aulas, el epicentro de la enseñanza.

En la educación, la humildad nos acercará a la igualdad sin falsas superioridades

Y lo aplico también al profesorado. Quien ama la docencia sabe que no debemos dejar nunca de aprender, que hemos de ser humildes y revisar y ampliar nuestros conocimientos, que la formación y el aprendizaje deben ser continuos, al igual que debemos asimilar nuevas herramientas (tecnológicas o no) que el mercado nos ofrece. No querría que en la escuela se instalara la soberbia de pensamientos como "quién me va a decir a mí cómo debo dar mis clases", o "a estas alturas yo no necesito esa formación". ¡Qué error! Siempre he dicho que el ejercicio de una profesión no comienza cuando hemos acabado nuestros estudios que nos han posibilitado el título para poder ejercerla, sino cuando aterrizamos en la realidad, en el barro. Y mucho más en la docencia. Animo a que con humildad escuchemos sin prejuicios a cualquiera que pueda aportarnos algo.

Pero doy un paso más para compartir con ustedes por qué la humildad me parece tan importante en la escuela: nos acercará a la igualdad sin falsas superioridades, nos permitirá relativizar nuestros éxitos y valorar el trabajo ajeno, nos llevará a actuar sin altanería, nos hará expresarnos con empatía y mayor amabilidad, así como a practicar la tan necesaria escucha activa con quien nos expresa su opinión. En definitiva, a respetar desde la sinceridad al resto de las personas y a minimizar todo tipo de conflictos.

La soberbia aboca al fracaso siempre, porque sólo esconde la incapacidad para reconocer las propias limitaciones. La frustración llegará y la infelicidad también. Los líderes son humildes (hablo de líderes, no de tiranos); muchos, genios; y no pocos, casos de éxito. ¿Es pues un valor?

Miguel Ángel Heredia García es presidente de la Fundación Piquer

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