El bochornoso espectáculo de la política con minúsculas

Un gobierno aplaudiendo a rabiar el trágala de la amnistía como si hubiera existido algún mérito político en conseguir los votos de una norma dictada por los condenados del procés. 

Una oposición sin el suficiente fuste para lograr en las instituciones europeas un respaldo mayor contra la exoneración de los secesionistas que la tibia resolución de la Comisión de Venecia. Un exministro colgado de un escaño del Grupo Mixto, sin la suficiente valentía y honestidad políticas para marcharse a su casa y esperar allí la llamada de la justicia por el lamentable caso Koldo, o también denominado caso de su amigo Koldo el aizkolari. Una presidenta de la Comunidad de Madrid a la que el PSOE quiere que dimita de novia. Un disparate conjunto y creciente que tiene su eco en la orilla aragonesa, con un vicepresidente de la DGA incapaz de separar el terrorismo islámico de los ciudadanos musulmanes. Si lo que quiso decir Alejandro Nolasco es que los países donde no rigen constituciones civiles generan las máximas desconfianzas no hubiera recibido ninguna crítica porque es cierto. Pero exigir que se niegue la nacionalidad española a un ciudadano musulmán es una afirmación xenófoba intolerable que debería recibir la inmediata desautorización de la DGA. Cuando Vox no entiende por qué la mayoría de los medios le adscriben en la extrema derecha debería reflexionar sobre la imagen de Nolasco rompiendo un tríptico sobre el Ramadán a las puertas de las Cortes. La política con minúsculas, esa que cocinan nuestros padres de la patria con tanto esmero, se ha instalado como una epidemia en el cuerpo de las instituciones. Convendría rebajar las diatribas, acudir con humildad a los hemiciclos y no olvidarse jamás de que en una sociedad democrática son los medios de comunicación quienes fiscalizan a las instituciones, y no al revés. Lo otro ya sabemos cómo se llama.