Una sociedad demencial

Imagen del Congreso de los Diputados desde la Carrera de San Jerónimo
Imagen del Congreso de los Diputados desde la Carrera de San Jerónimo
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Casi todos somos conscientes de que, aún sabiendo que no existe la sociedad perfecta, lo que vivimos ahora es –aparte de los momentos de guerra- algo que no hay por donde cogerlo.

Siempre han existido, y han sido bien frecuentes, épocas de zozobra y malestar muy generalizadas, pero cada una con su engaño, sabía más o menos lo que podía esperar. 

Ahora es imposible saberlo, porque estamos en el mundo de la posverdad, que digan lo que digan los manipuladores de nuestros días, no es más que el mundo de la mentira.

De toda la vida hemos tenido la mentira coyuntural, por y para algo, de unos y de otros, de polos enfrentados, pero lo de ahora es la mentira existencial.

Esta mentira institucionalizada llega hasta el absurdo y la estulticia más extrema en acontecimientos varios fomentados desde los poderes. Todos. En último término, es solo el Poder con mayúsculas. Y desde allí se llega a la manipulación.

El poder político debería tener el consenso de la mayor parte de la población. El del Gobierno de España no lo parece, pues hasta su acto en homenaje a las víctimas de los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004 se celebró en solitario. Hasta seis actos hubo en Madrid. Cuando es un lugar común decir ‘todos unidos contra el terrorismo’. Surrealista, si no fuese tan trágico. Nadie quería unirse a nadie.

Todo cambia, a menudo, a peor. No sé si será por casualidad, o es que no me aparto tan rápido como antes cuando viene lanzado por la vía pública un ‘bulldozer’ de esos que no piensan en los demás, y en lugar de decir ‘por favor’ o ‘perdón’ (expresiones que hay en todas las lenguas), te largan un empujón.

¿Sólo es cuestión de que no han recibido educación desde pequeños? No lo parece. Y es que, hablando del ‘perdón’, he observado que cuando un presentador se equivoca –‘errare humanum est’– ya no pide perdón, sino que sigue como si tal cosa, sin rectificar.

Es solo una pequeñísima muestra de todo lo que hemos bajado en urbanidad (¿qué es eso?). Lo malo es que lo vemos en los padres de la patria (se supone que en ellos nos miramos los demás), mientras nos sonrojamos del nivel de ‘sus señorías’. Ocupan el tiempo hablando de que si me han dicho tal ofensa o insulto. Y tuitean. Y el ‘y tú más’. Y todo ello en plena avalancha de piedras de corrupción contra los pesos pesados, que no sabemos bien cómo va a acabar. Pero no se habla de aquello que deben hacer: gobernar para el bien común.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Luis Mateos en HERALDO)

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