Sí, los agricultores y ganaderos, que llevan ya casi un mes de movilizaciones, podrían perder la razón. O al menos, hay algunos que se la están haciendo perder. Y en el doble sentido, el de dejar de actuar con cordura y el de que sus reivindicaciones dejen de merecer respeto y atención. 

Porque una algarada, con instantes de violencia, como la que algunos cientos de ellos organizaron ayer en la Aljafería no es admisible y resta crédito y mérito a las quejas, en principio legítimas, que quieren expresar y para las que demandan soluciones. No creo que los agricultores que se concentraron ante la sede de las Cortes de Aragón, cuando estas celebraban un pleno, tuvieran la intención de tomar el palacio por asalto, a la manera de los trumpistas en el Capitolio. Pero en algunos momentos amagaron una entrada por la fuerza y es lógico que la Policía, que tuvo que soportar agresiones, interviniese al final de manera drástica. Presionar con una concentración masiva a un parlamento no es una actitud muy democrática, lo haga quien lo haga y aunque esté cargado de razones. Las protestas de los agricultores cuentan con la simpatía de muchos ciudadanos, que comprenden sus quejas. Pero es verdad que no están encontrando respuesta suficiente por parte de las Administraciones. Respuesta que, por otra parte, no depende tanto de las autoridades aragonesas o españolas, aunque parcialmente sí, como de las políticas de la Unión Europea, un conglomerado burocrático muy difícil de mover e incluso de alcanzar. En general las Fuerzas del Orden han sido permisivas, tal vez a veces demasiado, y han dejado margen suficiente para manifestaciones y tractoradas. No obstante, hay que insistir en que las protestas deben ser siempre pacíficas y respetar las leyes. Ayer la manifestación sobrepasó los límites. Y se están produciendo otros excesos en cortes de carreteras. El campo, que tiene en el fondo gran parte de razón, debe procurar no perderla si quiere recabar el apoyo del conjunto de la sociedad.

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