Tiempo y política

Ábalos y Sánchez en una imagen de archivo.
Ábalos y Sánchez en una imagen de archivo.
EFE

El tiempo que le queda a la legislatura es uno de los arcanos favoritos del actual análisis político. Pura literatura especulativa, en realidad. Sobre todo porque Pedro Sánchez ya ha dado sobradas muestras de ser capaz de desbaratar cualquier pronóstico. 

Y aunque no fuera así, el tiempo y la política conforman sus propios labe rintos, inciertos y sinuosos, que, solo a veces, se entrecruzan. Lo que sí puede decirse hoy es que el sanchismo da señales de estar sufriendo un rápido deterioro. De los días de vino y rosas solo queda cava catalán y, olvidadas las rosas, todo lo que se ha de celebrar se decide en Waterloo. Es este un proceso tenso e inapelable, ya conocido en otras épocas y con otros actores, que ahora, a diferencia de entonces, puede medirse bien según la rigidez del mentón del presidente. No todo iban a ser desventajas.

Para comprender el éxito del sanchismo hay que trascender del personaje y de su autoproclamada resistencia. Es la aparente ausencia de principios, la ambición desnuda, las que hacen del sanchismo una ventana de oportunidad para los independentistas pero también para los arribistas, ‘apparátchik’ o mamporreros, tan útiles siempre en los aledaños del poder. Solo así se explica que un ministro del Gobierno de España llevara a su lado a un mastodóntico ‘aizcolari’ que iba amenazando a alcaldes y que compraba apartamentos a pares en Benidorm, meca casi berlanguiana de la corrupción más castiza.

La derecha, eufórica tras su triunfo en Galicia y tras destaparse el caso Koldo, debe creer que ha empezado la cuenta atrás, pero la verdad es que Sánchez sigue en un reñido pulso con el tiempo. No hay duda de que es este el que acabará desbaratándolo todo, porque esa es su naturaleza, pero la resistencia sanchista ha de implicar aún más degradación y más angustia hasta su extenuación total. Puede verse en ello un exceso innecesario, un espectáculo obsceno de consunción, pero así es la ebriedad del poder, capaz de justificarlo todo y de ignorar deterioros y miserias para acabar liderando el caos. Y desde allí, en ciega competencia con los dioses, desafiar al tiempo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Alejandro E. Orús en HERALDO)

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