Por
  • Julio José Ordovás

El 39

RUna usuaria accede por la puerta central de un bus de la línea 39 de Zaragoza
El 39
Laura Uranga

Adoro el 39. No dudo del buen funcionamiento de otras líneas de bus, pero el 39, como le digo a mi hijo cuando nos dirigimos a nuestra parada de San José, no falla. El 39 nunca te hace esperar más de cinco minutos. 

Es un autobús en el que puedes depositar toda tu confianza. Acude a rescatarte, como el Séptimo de Caballería, antes de que empieces a ponerte nervioso porque llegas tarde al dentista, al oculista o a la podóloga.

El 39 cruza Zaragoza de punta a punta, desde Vadorrey hasta Pinares de Venecia, uniendo los dos hemisferios de la ciudad separados por esa frontera mental que para muchos zaragozanos representa el Ebro. El 39 parece a veces un vagón del metro de Nueva York. El 39 es la prueba irrefutable de que Zaragoza es una ciudad del futuro, híbrida y mestiza.

‘Colectivo’ es como llaman los argentinos al autobús urbano. Me gusta más ‘colectivo’ que ‘guagua’ y, desde luego, mucho más que bus. ‘Colectivo’ es una palabra llena de color, de calidez y de vida, no como ‘bus’, que es un simple pedazo de asfalto. "Vamos a pillar el colectivo", le digo a mi hijo, y mi hijo me mira raro, como diciendo ya está otra vez mi padre con sus tonterías. Una de mis canciones favoritas, sin embargo, es ‘Enganchado a una señal de bus’. La compuso Antonio Vega y es una canción que siempre me ha hecho amar la vida en la ciudad y el callejeo noctámbulo. "Voy andando hacia ningún lugar. / Cambio de tren en la estación del viento. / Veo garras de murciélago de noche. / Veo sombras que se funden con la mía. /El sonido de ciudad grabado en pistas. / Esa mezcla que te entra por la vista". Las ciudades también son creaciones musicales y qué somos sus habitantes sino acordes de una sinfonía inagotable.

Julio José Ordovás es escritor

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