Muchos de quienes disfrutamos con su música hemos conservado a un Mauricio Aznar bien alojado en la memoria sentimental. 

Son recuerdos vívidos, por ejemplo, de alguien que se asomaba a la juventud fuera de Aragón y perseguía y lograba cazar con su casete de vez en cuando alguna de las canciones de Más Birras en Radio 3, tan parecida a una radio libre en aquellos años; descubriendo a unos ‘rockers’ sin artificio, emocionantes y divertidos, que, cantando a su tierra y en castellano, lo hacían a sentimientos y situaciones universales como el amor, la soledad, el abandono y la despoblación, también a la fiesta. Un chaval que nunca pudo ver al grupo en vivo pero sí disfrutar de uno de aquellos conciertos, de vuelta ya de su transformadora experiencia sudamericana, que ofrecía Mauricio reencarnado en cantor de chacareras. Fue también lejos de Zaragoza, en un centro social ‘okupa’ y ante un público en el que se alternaban las melenas y las crestas, el «más selecto» para el que jamás había tocado (esas fueron sus palabras), totalmente ajeno al folclore del norte argentino que él había hecho suyo, y al que pronto desarmó con su mucha inteligencia y sensibilidad en escena, y con su sorna.

El ahora protagonista de ‘La estrella azul’ fue uno de los hijos de una generación pródiga en genios populares, también en jóvenes artistas que vivieron demasiado rápido. De los más agudos, adornado con un cancionero con el que pocos se pueden comparar, pero que es escasamente conocido fuera de aquí. Javier Macipe y su equipo, estrenando hoy por fin una película en la que han trabajado durante más de diez años, van a descubrirlo, mientras les hacen asomar la lagrimilla, a espectadores de más de 80 salas de cine en media España. Culminando así un rescate de su figura en el que también ha habido aportaciones en forma de escritos, reediciones de discos... Creando nuevos recuerdos de él.