Camino al pasado

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Camino al pasado
Heraldo

Llevo un tiempo probando algunas aplicaciones de esto que ahora se llama ‘inteligencia artificial’. Es un mundo. Hay mucho que aprender. Y pagar. La parte gratuita funciona y da resultados. Es un cebo que sólo muestra una parte de la promesa. Aquí la gratuidad digital sirve para cazar voluntades. 

Como con la mayor parte de aplicaciones, sean de lo que sea, comienzan regaladas o casi. Crecen. Cada vez son mejores, más eficientes. Y si quieres calidad y cantidad (de música, de vídeo, de texto…), a pagar. Obvio. Nada es gratis, salvo cuando uno mismo es el producto. Y con la inteligencia artificial el mercado está a medio camino. Creciendo. Visto lo recorrido y las muchas cosas que se leen, se ven y se escuchan, estamos alcanzando el punto de ebullición. Las burbujas comienzan a moverse en la cazuela.

Las herramientas de inteligencia artificial son más capaces y más potentes que la percepción humana. Pueden convertirse en referencia del conocimiento válido, pero también crean información falsa

El horizonte no se vislumbra todavía, pero se intuyen cambios profundos en el modo con el que usamos las Tecnologías de la Información y de la Comunicación, las TIC. Y, de rebote, las incontables tareas previstas e imprevistas que esta capacidad de computación permite. La lista es cada vez más importante. Así se abre una nueva brecha entre, por un lado, quienes diseñan, programan y construyen; por otro, quienes usan y consumen. Los primeros tienen las destrezas y conocimientos para programar redes neuronales, algoritmos de aprendizaje automático, para alimentar bases de datos, etcétera, etc., etc. Los segundos nos dedicamos a curiosear, comprar y aplicar las herramientas en función de gustos, necesidades y poder adquisitivo.

Por eso, como dice un buen amigo tecnólogo, la pregunta a plantear es ¿con esto quién gana? Y no le vale mi respuesta naif y ‘buenista’ afirmando que las TIC son una oportunidad para el conjunto de la humanidad. Mi amigo duda de ese propósito. A su juicio la sociedad sale malparada, ya estamos camino del abismo. En este proceso de extensión y proliferación de técnicas y tecnologías, el meollo está en quiénes ganan y quiénes mandan. Hay que seguir la pista del dinero y la pista del poder. Unos se centran en conseguir más capital porque así pueden hacer lo desean. Otros, más poder, porque es otra forma de hacer lo que se desea. Se nutren mutuamente. Y mientras tanto el resto de humanos camino del desconcierto, de la sumisión y del control.

Caminamos hacia el feudalismo digital

El desconcierto va más allá de las ‘fake-news’ y de la desinformación. Ahora es muy difícil distinguir las fotos, audios y vídeos tomados directamente de la realidad de aquellos que suplantan la realidad. Es posible trucar y engañar, desnudar, ridiculizar, sustituir… Es impresionante lo que ya se puede hacer. No es inmediato, pero cada vez es más accesible. La sumisión comienza por la trampa de la atención y la adicción a las pantallas. El tiempo cotidiano perdido (o invertido, según se mire) con los dispositivos electrónicos atonta tanto o más que otras adicciones a sustancias de diversa índole. Aquí las drogas y el alcohol son peccata minuta. El control es un paso más, consecuencia del desconcierto y de la sumisión, a la vez que mecanismo que los realimenta. Esto se refuerza en el plano emocional y en el político.

Las herramientas de inteligencia artificial, más capaces y más potentes (que la siempre limitada percepción humana) apuntan a convertirse en la referencia del conocimiento. Entonces, habremos cometido el error de ceder el principio de autoridad y perder nuestra capacidad crítica. Caminamos hacia el feudalismo digital, al pasado que no debería volver.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Chaime Marcuello en HERALDO)

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