Saludos de desmemoria

Saludos de desmemoria
Saludos de desmemoria
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He de agradecer a Dios el diseño de virtudes con el que quiso modelarme y que, en mi medida, he procurado no estropear. Aunque pronto descubrí que entre ellas no se encuentra el ejercicio de la memoria. 

Habitar en la desmemoria brinda la satisfacción enorme de ahuyentar los rencores; a cambio del temor de sorprenderte ante el saludo cordial de un aparente desconocido. Escenario por el que la experiencia ha aprendido a guiarte con más o menos solvencia, por más que no alivie del todo balbuceos y desconcierto. Que se reconducen con la naturalidad del curso de la conversación.

Recuerdo aquellos paseos con mi padre, médico de una ciudad pequeña, en los que se nos hacía costoso avanzar por la calle principal, asediado por los viandantes, la mayoría enfermos siempre agradecidos. Entregaba para ellos el tiempo sin tiempo, el que no tenía; en un ejercicio de paciencia que a mí me resultaba asombroso. Y tedioso, siendo entonces un niño. A algunos de ellos yo mismo los reconocía de cara; en otras ocasiones, se me ocurría preguntarle por aquel con el que llevaba un rato de conversación animosa. Y con una sonrisa cómplice se encogía de hombros antes de aprovechar para compartir conmigo un instante de charla.

Es verdad que suelo encontrar el bastón de mi compañía –pozo sin fondo de recuerdos y recursos–, que en muchas ocasiones se transforma en comodín para guiarme al territorio donde ubicar mis saludos. En otras, me impulso hacia el raíl por el que se dirige el diálogo, que también aporta chispas para encender la memoria. Porque no es menor virtud la cesión de la iniciativa y el saber escuchar.

Me cuesta un poco más esa inevitable alternativa a la que de vez en cuando todos nos vemos expuestos: "Perdona –te dicen sin rubor–, no sé quién eres. Es que no me quedo con las caras".

Y entre saludo y saludo procuro lanzar un guiño al Cielo, recuperando aquellas citas de infancia en las que entendí cómo hacer compatibles mis lagunas con el aprendizaje del recuerdo. Para regocijo de mis acompañantes criaturas: "No tenías ni idea de quién era...".

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Miguel Gay en HERALDO)

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