Los sueños

Parque Natural del Moncayo
Parque Natural del Moncayo
Guillermo Mestre

Se adelanta la primavera, que siempre es bien recibida, como se recibe a una amiga a la echabas de menos. Hay bastantes frutales florecidos a los lados de la carretera y por las pequeñas vaguadas de terrenos de cultivo que parecen abandonados.

Imaginas que allí, donde el verde es más intenso, construiría su casa un ambicioso americano de los que salen en las películas de perdedores. El protagonista baja del coche y después baja su novia, un poco reticente, porque ella es más realista y sabe que no habría forma de llevar el agua y la luz hasta ese campo solitario. Aquí construiremos nuestra casa, dice él dando unos pasos sobre el terreno cubierto de flores que podrían ser albianas, y aquí estará el jardín donde jugarán los niños. Ella sonríe tratando de compartir ese sueño, intentando con delicadeza no estropear la magia del momento. Se abrazan y se besan. Y parecen felices, aunque intuyen que nunca poseerán ese terreno, o precisamente por eso, porque soñar es lo mejor del mundo. Y los mejores sueños son los incumplidos, los imposibles, los que no nos comprometen a nada porque somos simples mortales que solo pueden llegar al límite de sus fuerzas.

"Dale vida a los sueños que alimentan el alma,/ no los confundas nunca con realidades vanas", escribió Mario Benedetti.

La cámara se aleja. Al fondo el Moncayo, ese dios labordetiano que ya no ampara, se ha disfrazado de carnaval y lleva en lo más alto una diadema brillante de nieve que parece falsa. Pero todo es de verdad, de una realidad vana y hermosa. La luna se ve en el azul del cielo -quién sabe por qué a veces sale a pasear durante el día- y está tumbada, como si se hubiera dormido. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Cristina Grande en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión