Sin chistar

Colegio Eugenio López, uno de los últimos que cambió el horario
Colegio Eugenio López, uno de los últimos que cambió el horario
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La educación es coercitiva y trabajosa, como lo es pensar por cuenta propia, esa osadía a la que conminó Kant en el siglo XVIII. Por eso, enseñar y aprender son actividades que piden moderación, particularmente, tratándose de la infancia. De ahí que la pedagogía actual esté dedicada a incentivar y suavizar el renuente y áspero aprendizaje.

En cambio, hay un asunto que se opone a dicha mejora, y que no es regresivo, pues, lo que fue mal, ahora va peor. Me refiero a las jornadas continuas de los centros públicos, constituidas por bloques de cinco horas, en infantil y primaria, y seis o siete, en secundaria, con media hora de pausa intercalada. De modo que una persona de doce años entra en clase a las ocho y cuarto de la mañana y puede salir a las tres de la tarde.

Eso sí, de este modo, después de comer a las tantas, la criatura dispondrá del final de la tarde para hacer deberes, estudiar y completar su formación con clases y actividades extraescolares, siempre que su familia pueda pagarlas. Arden las agendas infantiles.

Imagino un futuro civilizado en el que este sistema, cuyos frutos académicos ya sufrimos, parezca maltratador. De hecho, me sorprende que aún no lo cuestione ni siquiera el profesorado público más sensible a la inclusión y a la diversidad. De verdad que me sorprende, pese a que soy consciente, como creo que lo es la sociedad, de que ciertos intereses corporativos se están imponiendo a los derechos de la infancia, que no vota y que, como demostró en la pandemia, con tal de hacer feliz al mundo adulto, hace lo que este le pida. Y sin chistar.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Javier Usoz)

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