La implacable realidad del cambio climático
Al hablar del clima, casi nunca hay buenas noticias. Después de cerrar 2022 y 2023 como los dos años más calurosos de la serie histórica y con un mes de enero con días de borrasca y nieve y otros de temperatura primaveral, los expertos analizan las múltiples consecuencias derivadas de la emergencia climática.
La crisis no solo afecta al medio natural y a la salud, sino que ya es un problema económico de primera magnitud, con una caída del 1,8% del PIB global y un impacto demoledor en la pobreza y la desigualdad.
El calentamiento global también afecta a Aragón, desde a un secadero de jamones en Teruel a una empresa de turismo de aventura en el Prepirineo. En el campo, la productividad decae, entre otros motivos, por la sequía y los fenómenos climáticos extremos. Y eso retrae el empleo agrario. Aragón ha perdido más de 1.500 agricultores por la falta de rentabilidad de las explotaciones. Y las previsiones son pesimistas. Solo un dato: el Ebro podría perder hasta un 20% de su caudal si se cumplen las peores previsiones de la Confederación Hidrográfica del Ebro. ¿Quién puede hablar de trasvases en este contexto?
Estos días, en la feria internacional del turismo (Fitur), la crisis climática emergía como el gran desafío del sector, que batió récords en 2023. En Aragón, por el impacto en la nieve y en el turismo de naturaleza y rural. En el resto de España, por las amenazas que entraña el calentamiento global para el sostenimiento de la demanda turística.
"Estamos quemando el planeta", dice el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que pide acciones urgentes para quebrar la tendencia. No le falta la razón. Sin caer en el catastrofismo y siempre de la mano de los que saben, la política debe buscar fórmulas que permitan que el desarrollo económico e industrial conviva con esta implacable realidad.
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