Por
  • Juan Antonio Frago

Palabras y panhispanismo

Palabras y panhispanismo
Palabras y panhispanismo
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De reciente vida es este término, panhispanismo, desconocido en las actas del IV Centenario del descubrimiento de América, modestamente celebrado en Madrid a finales de 1892, y sin mención en las del que cien años después tuvo lugar en Sevilla, ya sin la voz ‘descubrimiento’, que sin razón se pretendía sustituir por ‘encuentro’.

Nuestro vocablo aún no se hallaba en la edición de 2014 del diccionario académico, introducido después en su versión electrónica, como ‘movimiento que promueve la unidad y la cooperación entre los países que hablan la lengua española’, definición que ni mucho menos a todos convence. Al director de una academia americana le oí su escatológico reniego en congreso habido en Puerto Rico en 2016. Otro académico, de fibra bien hispánica y de notable prestigio por entonces, me escribía: "El panhispanismo es un atributo cultural del idioma que compartimos, no algo que deba construirse… Con esto quiero decir que el panhispanismo que se predica hoy desde algunos sectores ‘centrales’ es superfluo… y obedece al deseo mal disimulado de conformar una lengua neutra, despojada de variación, con un léxico más o menos compartido, que les permita a algunas editoriales poderosas vender sus productos (libros y doblajes) en un mercado inmenso". Mi apreciado corresponsal ya advertía "cierto resquemor en sectores de los países americanos, que a la larga puede terminar perjudicando la casi absoluta armonía en la que tan bien nos movemos".

Un neologismo, pues, de la noche a la mañana omnipresente en el entorno académico, objeto de declaraciones no siempre medidas, porque no se asimila bien el hecho diferencial, de siempre esencial faceta de nuestra lengua, que ha dado lugar a variedades socioculturales y geográficas, sin que hayan supuesto riesgo ninguno para su unidad. La variación puede dar lugar a situaciones incómodas, como la que viví en la escuela de Magallón, siendo de unos diez años. Alineados a lo largo de la pared, leíamos un cuento con el dibujo de una mujer que, cesta sobre la cabeza, voceaba: "¡Vendo chochos!". Al de mi derecha se le heló la voz, a mí me salvó un oportuno mordisco interior, al de mi izquierda su inoportuna risotada le costó una sonora bofetada y el "¿y tú de qué te ríes?", del maestro. Don Manuel Alvar, nuestro gran dialectólogo, al llegar, joven catedrático, a Granada, hubo de superar una curiosa contrariedad léxica, él, que pronto sería el mejor conocedor del andaluz. Había recibido el doméstico encargo de comprar una ‘rasera’ y ‘liza’, que al principio no encontró; lo mismo me sucedió mucho después, incorporado a la universidad malacitana: en estas ciudades los nombres eran ‘espumadera’ y ‘guita’. Cómo nos reímos con el matrimonio Alvar, en su casa, bajo la Alcazaba malagueña, con el común apuro filológico de primerizos en el dominio andaluz.

La variedad léxica del español, perceptible en la propia España pero sobre todo en América, puede dar lugar a situaciones curiosas o hilarantes, pero no supone una amenaza para la unidad de nuestra lengua

Cuántas veces recordaría yo el episodio magallonero en el sevillano parque de María Luisa, donde, sin risas ni sonrisas, se vende ‘chochos’ (altramuces) para sus blancas palomas. Sin embargo, América es el principal escenario de variación lingüística, "el gran problema", en palabras académicas, dichas sin perspectiva histórica. De este español señalo dos notas distintivas. Una se refiere a ‘coger’, convertido en tabú sexual desde su secundario sentido de ‘cubrir el macho a la hembra’. En un diálogo dieciochesco novohispano se lee: "Cuidado, Tejocote, le dije, que yo sé que aquí hai un tal Azeite Rosado que ‘coge’ a los que piden". A Dámaso Alonso por 1951 le hizo estallar en carcajadas leer el anuncio "Mañana se corre la polla del presidente" (carrera hípica y su premio). En 1971 Alfredo Matus Olivier acompañaba a otros académicos en su visita a la capital de Chile, donde aún quedaban reclamos publicitarios del reciente sorteo de la lotería nacional, o ‘Polla de la beneficencia’. Mi amigo, vivo tiene el continuo desternillamiento del gran Martín de Riquer al pasar por anuncios como el de ‘La polla envuelta en mantón de Manila’, y otro manuscrito mexicano, también del XVIII, narra que cinco monarquías "juegan a España como ‘polla’…; Savoya suelta la vaza y Phelipe V se lleba la ‘polla’".

Con el saber de lo nuestro que Miguel Caballú tiene, procuraremos dar razón de este polisémico uso léxico en la revista ‘Aragón’, que con tanta maestría dirige.

Juan Antonio Frago es catedrático emérito de Historia de la lengua española de la Universidad de Zaragoza y académico correspondiente de la RAE

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