Añoranza de las matemáticas

Añoranza de las matemáticas
Añoranza de las matemáticas
Pixabay

Me cautiva descubrir a quien se apasiona por las matemáticas. De las que de niño sentí un amor a primera vista, seguramente guiado por el perfil científico de mis padres -química y médico-. 

Disfrutaba con aquellos cálculos de velocidad con los que repasaba las cuentas escritas a mano por el carnicero, con lápiz y en un trozo rasgado de papel; o las sumas de memoria en el ultramarinos antes de que nos facilitaran el listado del pago. Recursos que me sirvieron para asentarme con comodidad en el cálculo y la aritmética de mis primeros años escolares.

El paso del tiempo, sin embargo, me nubló los números; y tras trastabillarme con las potencias, acabé perdido y derrotado por entre el laberinto de los logaritmos, que nunca logré entender, por más que en mi último año de bachiller consiguiera acumular méritos para aprobarlos. O hacer creer a alguien que lo merecía. Desenredé el último nudo que me unía con el mundo de las Ciencias, intercambiado en mi desenlace educativo por Historia del Arte, de perfiles para mí mucho más sugerentes y de bastante más caritativa comprensión. Que me abrió de paso una ventana a la sensibilidad.

En la antesala universitaria ni se me ocurría ya dudar de mi vocación por las Letras, mucho más a mi alcance que el vertiginoso territorio científico. Y por ahí me conduje, seducido por las posibilidades de comunicar y desazonado por la capacidad de manipular. Que se ha convertido en cuestión crucial en el juego de intereses en el que hoy nos manejamos.

La capacidad de argumentar, el reto de desenredar la madeja en busca de la verdad y el empeño por descubrir los perfiles de la realidad resulta, sin duda, una labor de atractivo singular. Claves para los que se requiere el complemento de ese bagaje científico de profundidad, por el que no dejo de sentir envidia. Y añoranza; la que se bautizaba en la sencillez de los números alistados en las columnas de la charcutería de mi niñez. Sólido refugio de conocimiento por el que yo, desde la lejanía, sigo conservando una íntima admiración. La que me provoca esa pasión por las matemáticas. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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