Por
  • Eduardo Navarro

Un hombre de fe, enamorado de su tierra y de su gente

El presidente de Telefónica, César Alierta
Un hombre de fe, enamorado de su tierra y de su gente
Efe

César se ha marchado para siempre y Telefónica ha amanecido mucho más triste que nunca. Su enorme corazón que siempre se ocupaba de los demás nos había acostumbrado a algunos sustos, pero al final siempre se recuperaba. 

Sus muchísimos amigos, que conocíamos su tesón y sus ganas de emprender nuevos proyectos, así lo esperábamos también en esta ocasión. De hecho, solo unos días antes de su último ingreso hospitalario me llamó para comentar con detalle las últimas noticias de Telefónica, una compañía que él siempre sintió como un gran segundo hogar, una segunda gran familia. Estaba lleno de energía como siempre, rebosante de esa pasión de la que era imposible no contagiarse. Pasión por las personas, por Telefónica y su Fundación, por España, por Zaragoza (su ciudad y, me atrevería a decir, su equipo de fútbol de nacimiento).

De todos esos pilares, creo que el principal era el Pilar de su Virgen; es decir, su fe. "Pilar sagrado, faro esplendente" de su vida, César aprovechaba cualquier ocasión para expresar su devoción por la patrona de su ciudad y su basílica. Todos sus amigos terminábamos convertidos en una especie de ‘maños de honor’: devotos de Nuestra Señora del Pilar, amantes de las jotas y aficionados del Real Zaragoza. Además, César solía aplicarse especialmente a fondo, en su proselitismo aragonés, con sus allegados latinoamericanos, con la esperanza de que adoptásemos su tierra como nuestra pequeña patria española.

En mi caso lo logró. Aragón, con su pasado minero y su posición geográfica entre Madrid y Barcelona, me ha recordado siempre a mi estado natal de Minas Gerais (a caballo entre São Paulo y la capital, Brasilia, y también próximo al mar, pero sin litoral costero propio). César ha conseguido que cuando me desplazo a Barcelona en AVE, busque siempre uno con parada en Zaragoza e intente hacer un alto en esa maravillosa ciudad. Y gracias a las veces que César me habló de ella, podría ir, sin preguntar a nadie y sin ayuda del móvil, desde la estación hasta la calle de Cesáreo Alierta. Siguiendo su ejemplo, hice lo mismo con mi ciudad y conseguí que pasara unos días maravillosos en Belo Horizonte con su mujer, Ana, el gran amor de su vida. César quedó prendado de Brasil y de su gente. Supo entender como pocos empresarios la importancia del vínculo transatlántico; fue un defensor de una España tan europea como latinoamericana y llevó su visión a la estrategia de Telefónica de una forma absolutamente admirable.

César Alierta ejerció a su alrededor un proselitismo aragonés que terminaba convirtiendo a sus amigos en una especie de ‘maños de honor’

César supo unir el amor a su tierra y a su familia con su compromiso con el esfuerzo y la búsqueda de la excelencia empresarial. Formado en la Universidad de Zaragoza y en la de Columbia, fue galardonado en sus cincuenta años de vida profesional con los premios más importantes que puede recibir un empresario. De todos ellos, acogió con especial cariño los que le entregaron en su tierra. La medalla de oro de la ciudad de Zaragoza, el título de hijo adoptivo de Villanúa (el pueblo del Pirineo aragonés donde residió en su infancia y donde pasó muchos veranos), el premio a la Excelencia Empresarial del Foro Aragón Empresa o el de la asociación Empresarial Aragón Exterior, el Premio Heraldo de Aragón…

Recuerdo que me pareció muy acertado cuando HERALDO premió a César, precisamente, en la categoría de Valores Humanos y Conocimiento. Ese era otro de sus grandes pilares: el interés genuino por los demás. Porque para él nada humano le era ajeno. En el plano personal, si César sabía que tenías un problema, no descansaba hasta saber que lo habías superado. Ese interés humanista lo trasladó siempre a su ejecutoria como líder empresarial. Por eso, pienso que ninguno de sus muchísimos éxitos profesionales le proporcionó tanta felicidad como la que disfrutó al frente de la Fundación Telefónica. En especial, su compromiso con la educación de los niños más desfavorecidos, a través del proyecto ProFuturo, llenó sus últimos años con una intensidad y una energía que parecía no tener fin. O el empeño que puso durante la pandemia para que la Fundación contribuyera a paliar el terrible azote de la covid-19, sobre todo en los más vulnerables.

Es esa pasión, esos valores los que echaremos tanto de menos en Telefónica. Y, sin embargo, la huella que ha dejado en todos nosotros es tan profunda que vamos a tenerle siempre muy presente. A menudo recordaremos su ejemplo, sus enseñanzas sobre la empresa y también sobre la vida, y en las situaciones difíciles nos preguntaremos "¿qué haría César en mi lugar?". A mí me va a costar mucho hacerme a la idea de que nunca más voy a recibir una llamada suya, uno más de sus sabios consejos. Me quedan muchos buenos recuerdos, grandes momentos que me regaló y que volveré a revivir sobre todo cuando viaje por la tierra de Aragón o recorra las calles de Zaragoza. Entonces, volverá a mí el legado de su humanidad, de su cercanía. Como en los versos de Rosendo Tello, sentiré que "la noche se ha encendido, la tierra está callada, de los labios del cierzo vienen voces lejanas".

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