Por
  • Fernando Jáuregui

El reajuste

Gala de la Movilidad organizada por Mobility City en el pabellón Puente, con el ministro de Industria, Comercio y Turismo, Héctor Gómez
Héctor Gómez
Francisco Jiménez

Los resultados electorales, las elecciones que nos vienen este año y la coyuntura internacional reclaman un reajuste importante en los ‘segundos escalones’. Un reajuste en el que las compensaciones ‘políticas’ nada, o muy poco, tienen que ver con las capacidades técnicas. La escalada de las designaciones ‘a dedo’ aumenta. 

Así, dos ministros que abandonaron el Gobierno fueron obsequiados con sendas embajadas en las que nadie les esperaba, por decirlo en términos suaves, y ahora se cita mucho el nombre de un ya expresidente autonómico socialista, levantino para más señas, como firme candidato a la embajada ante la OCDE, un puesto privilegiado en el corazón de París y que, por cierto, ha sido desde hace tiempo utilizado por el PP y por el PSOE como gratificación a los fieles que no tenían cabida en otro lado.

Se escucha bastante en los ambientes políticos madrileños sobre estas mieles que emanan del máximo poder para consolar a los propios por haber tenido que quitarles un cargo o por no haberles podido dar ninguno de la máxima relevancia. Y así, ya narrado el caso de las embajadas ‘políticas’, vemos a ex ministras ocupando muy rentables presidencias de empresas públicas, una multiplicación de asesorías no siempre necesarias ni justificadas y un reparto de algo más que pedreas mientras la atención pública está centrada en otras cosas, como el debate de amnistía o en la sempiterna pelea entre Sánchez y Feijóo.

Y no, no estoy acusando a Pedro Sánchez de ejercer en exclusiva una suerte de nepotismo o amiguismo o clientelismo. Esto de ‘al amigo el oro, al enemigo el plomo y al indiferente la legislación vigente’ es algo a lo que los españoles (y no solo los españoles, es verdad) nos hemos acostumbrado desde tiempos ya casi inmemoriales. Quien descubre las verdaderas potestades que da el poder tiende a ejercerlo de manera lo más ilimitada posible, y es esta una observación que algunos periodistas ya hacíamos, con éxito bastante escaso, en los tiempos de la UCD de Suárez, que, de todas maneras, claro, nada que ver con los tiempos actuales.

España es un país donde los funcionarios ‘políticos’ superan en número, y por supuesto en porcentaje, a los alemanes. Un país donde los concursos de méritos sirven para saltárselos a la torera cuando conviene, y parece que conviene con frecuencia.

Sí, hay mucho cargo cómodo, con despacho amplio y bastante bien pagado que repartir cuando se ejerce el poder como aquí se ejerce, sin cortapisa ninguna por parte de una sociedad civil que a veces parece inexistente y con unos medios ‘de fiscalización’ que me temo que no podemos abarcarlo todo, desde el CIS al CNI, desde Paradores hasta Correos, desde Enresa hasta Patrimonio, desde... No, no somos, definitivamente, el cuarto poder, y menos en un Estado donde la división de poderes es, ejemplo, mejorable.

Y quien ahora ejerce el máximo poder sabe cómo ejercerlo sin complejos; es lo único que se me ocurre decir a estas alturas. Eso, y que alguien debería acompañar al poderoso, como a los aurigas romanos, diciéndole ‘recuerda que eres mortal’. Si, pero ¿quién ejercerá tal función? Porque seguro que ese se queda fuera de esa lotería cuyos números son todos ganadores.

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