Cantando
Cantando
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Salgo con mi madre hacia el ambulatorio donde progresa con la rehabilitación de su brazo roto. María, que hace la limpieza de nuestro portal, está cantando mientras pasa la bayeta por uno de los cristales de la entrada. 

Vivir así es morir de amor, canta con alegría. La canción de Camilo Sesto se mete en mi cabeza y suena como un disco rayado: Que por amor tengo el alma herida, que por amor no tengo más vida que tu vida, ¡melancolía! (la letra no es exactamente así, ya lo sé).

Cuando mi madre entra en la sala de rehabilitación con un fisioterapeuta que según ella es muy guapo, me doy cuenta de que he olvidado meter en el bolso ‘Los desayunos del Café Borenes’, donde Luis Mateo Díez expone su poética personal, su punto de vista sobre la literatura y sobre el mundo que le rodea. Como tengo cuarenta minutos de espera, me dirijo a la estantería donde se pueden tomar libros prestados. Me decanto por ‘El barón rampante’, que me divirtió mucho hace unos cuantos años. El fisio me dice luego que mi madre debe hacer los ejercicios en casa, uno de ellos sería limpiar cristales alzando el brazo todo lo que pueda. Al llegar a casa le pongo una bayeta en la mano y lo intenta con desgana. Mi madre parece salida directamente de ‘El barón rampante’, solo hace lo que le da la gana. Terminaré yo la tarea mientras canto en voz alta, para alegrarme la vida. "Ya no puedo más, ya no puedo más, siempre se repite la misma historia". He decidido que tengo que cantar mucho este año, lo que sea, en la ducha, en la cocina o mientras paso la fregona por suelos que nunca quedan del todo limpios.  

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Cristina Grande)

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