Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Iletrados

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Krisis'24

Este artículo ha sido escrito inicialmente con un bolígrafo, sin la compulsiva premura con la que apretamos el teclado. Quería recuperar viejas sensaciones. He intentado escribirlo con mi mejor caligrafía, la que ayuda a sopesar cada palabra.

Si hoy volviera a nacer un genio de la talla de Cervantes, sería prácticamente imposible que escribiera ‘El Quijote’. Es un libro de otra época, que no se puede entender sin el pausado ritmo que exigían la pluma y la tinta. Debió de aprender el buen manejo de estos instrumentos de su abuelo, abogado, y de su padre, cirujano.

Desde tiempo inmemorial, a los hombres de leyes se les ha llamado ‘letrados’. Solía comentar a mis alumnos del Grado de Derecho que, entre otras cuestiones, estaban estudiando una especie de ‘filología jurídica’, pues esta disciplina amasa un cúmulo de conceptos que son indescifrables para la mayoría de los profanos. El propio Derecho Romano está repleto de términos que utilizaron los jurisconsultos, como interdicto o usucapión, y que han llegado hasta nosotros.

Muchos universitarios actuales tienen dificultades para entender conceptos mucho más recientes. Por ejemplo, hace tiempo que dejé de explicar que los recursos administrativos tienen plazos de interposición preclusivos y perentorios. La cara de asombro de algunos ante semejantes términos me dejaba perplejo.

El sistema educativo actual tiende a mantener a los jóvenes en la condición de niños, incluso cuando ya están cursando estudios universitarios

En el enunciado del caso práctico de una convocatoria del curso pasado aparecía la palabra ‘extemporánea’. La pregunta versaba sobre qué sucedía si la resolución administrativa se hubiera notificado de manera extemporánea, esto es, fuera del plazo que prevé la correspondiente normativa. Algunos alumnos, al resolverlo, utilizaron la expresión ‘extra-contemporánea’ (sic). Por mor de la ignorancia semántica, el examen de Derecho se había convertido en una prueba de Historia del Arte. En expresión cervantina, el examen parecía perpetrado por "prevaricadores del buen lenguaje".

Esta mera anécdota pone en evidencia, sin embargo, las penurias intelectuales con las que muchos acceden a la universidad. Carecen de comprensión lectora y demuestran oceánicas lagunas gramaticales y semánticas. Los correos electrónicos que te envían los discentes están plagados de frases y expresiones propias del colegio. Así es habitual que te pregunten qué día se ha convocado el siguiente ‘control’ o te inquieran sobre la fecha del ‘examen de recuperación’.

No afirmo que la universidad de hace cuarenta años fuera mejor, lo único que pongo de manifiesto es que te hacía madurar con más prontitud. El sistema educativo actual tiende a perpetuar a sus usuarios en la condición de niños, lo que acarrea consecuencias. Muchas oposiciones, que requieren el estudio y memorización de centenares de temas, quedan desiertas o no se cubren todas las plazas ofertadas.

Y son muchos los
alumnos que muestran una notoria falta de comprensión lectora

Hace poco, una institución pública convocó dos plazas e incorporó a las bases de la oposición el correspondiente temario de trescientas unidades. Los candidatos que logren superar la prueba selectiva disfrutarán de una auténtica canonjía, que conlleva retribuciones elevadas y escasa responsabilidad. Pues bien, según me confesó un miembro del tribunal, sólo se presentaron seis solicitudes, siendo rechazadas cuatro, inicialmente, por defectos de forma. En un caso, el padre había rubricado la solicitud sin acreditar la representación conferida por su hijo.

En los últimos años, hemos apreciado que, con harta frecuencia, los progenitores acompañan a sus vástagos en el momento de la formalización de su matrícula universitaria. Y, aunque de manera mucho más esporádica, también les escoltan en la revisión de los exámenes.

Supongo que muchos de estos jóvenes dedican más tiempo al móvil que al estudio. Muchos de ellos nunca leerán un libro. Sucumbirán ante la tiranía de los algoritmos y de la dopamina.

No obstante, sería injusto culminar esta reflexión sin recordar a los otros alumnos, a los que, cada vez más a contracorriente, dan sentido a la labor de muchos docentes, quienes, sin renunciar al buen talante, se esmeran en forjar el talento de sus discípulos.

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