Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

Pamplona, ¿paralizada? No, pisoteada

José María Asirón sale del Ayuntamiento tras ser elegido alcalde de Pamplona.
José María Asirón sale del Ayuntamiento tras ser elegido alcalde de Pamplona.
Jesús Diges / Efe

Dice el Gobierno de Pedro Sánchez que Pamplona estaba paralizada y que, por lo tanto, la moción de censura obedece a la necesidad de dar respuestas a los problemas de los ciudadanos.

La realidad admite otra lectura, sin duda más apropiada y que une el esperpéntico cambio en la alcaldía de Pamplona con una necesidad puramente electoral del presidente del Gobierno.

Sostiene la alcaldesa saliente, Cristina Ibarrola, que antes de dar los votos a Bildu ella elegiría ‘fregar escaleras’. La frase es profundamente desafortunada, pero llama la atención la falta de escrúpulos de quienes se someten a las disciplinas de votos de los partidos para mantener el sueldo público. La ética, en ese contexto, solo es una adenda demasiado molesta como para perder toda una carrera política por una cuestión supuestamente menor de apoyar a un partido que jamás ha condenado la violencia terrorista.

El Partido Socialista de Navarra está sometido ya hace demasiados años al dictado del nacionalismo y del separatismo vasco. Una querencia que siempre frenó Ferraz desde la convicción de que la estabilidad de la Comunidad Foral era clave también en el equilibrio territorial en España. Hasta que llegó Pedro Sánchez a la secretaría general, quien junto con Santos Cerdán desde Navarra urdieron el plan para conducir al Partido Socialista a los brazos de Bildu como única manera de alcanzar el poder. Es el partido de Otegi quien maneja desde hace cuatro años los hilos de la Comunidad Foral al condicionar los presupuestos y ahora lo hará en el primer ayuntamiento de los navarros. Lo que jamás le dieron los votos se lo han servido en bandeja entre Pedro Sánchez y María Chivite.

Habría que recordarles a ambos que los gobiernos se ganan en las urnas y que los pactos solo tienen un límite: el del respeto a los principios más elementales de la democracia, que incluyen naturalmente el de colocar la línea roja en aquellas formaciones que aún no han condenado, por ejemplo, los asesinatos a manos de ETA de un total de 27 vecinos de Pamplona.

No, Joseba Asirón, el nuevo alcalde, tampoco. Este antiguo ‘boy scout’ de una parroquia católica, que ayer se jactaba de sus supuestos valores, calló durante demasiados años, hasta que el silencio ya se hizo insoportable con el asesinato de Tomás Caballero en 1998. Lo mismo que su mentor Patxi Zabaleta, concejal de Pamplona en 1979, que abrió la supuesta vía pacífica a través de la formación Aralar, tan celebrada en los mentideros de Madrid tras decenios de silencio mientras su amigos practicaban el tiro en la nuca. La historia hay que conocerla. Quienes padecieron en Pamplona los años del plomo, quienes tenían que mirar a diario debajo del coche, quienes debían ir al colegio sorteando manifestaciones independentistas, asistieron ayer atónitos cuando Joseba Asirón salió del zaguán del Ayuntamiento con los brazos en alto como si fuera un pelotari. Pamplona no estaba paralizada. Ahora sí está pisoteada.

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