Una vida a pinceladas

Gente paseando en la calle.
Una vida a pinceladas
Pixabay

Me alisto obediente en la tercera fila de esa muralla de quienes aspiramos a cruzar el semáforo todavía en rojo. La avenida es ancha, pero apenas sí da abasto. Sostengo mi lugar entre empujones y perdones de pisotón. 

Me agarro a mi compañía, temeroso de perderla en cuanto la luz verde nos brinde el banderazo de salida de esa carrera en busca de la acera de enfrente. Que es señal para avanzar en estampida y encararse con quienes comparten el otro lado del cruce. Nadie cede y, con mayor o menor dificultad, logramos cumplir con el objetivo.

Un leve retraso merece el reproche agudo de alguna bocina. Porque también los coches tienen prisa por avanzar hacia no se sabe dónde, envueltos todos en una prisa acelerada, algo irracional, ajena a las reflexiones que merecen los avatares de cada día a día.

La velocidad alivia las inquietudes, capea los juicios, favorece la tentación de no pararse a pensar; de detener un instante la ruleta apresurada del vivir para escapar de la conexión global y entretenerse en descifrar los valores de lo que de verdad importa. Y así el discurrir se escurre por entre la palma de los años, sostenido sobre notificaciones de móvil, acelerones de ordenador y requiebros en centros comerciales; y por entre altibajos profesionales, sorteada la vida de viaje en viaje y apenas de libro en libro.

Hasta que el zarandeo de una historia que rompe la monotonía nos da cuenta de cómo se escapan los años; y la perspectiva nos advierte de que el trazado ya andado recorta la ruta por recorrer.

No es que el desenlace del año, el que adelgaza el futuro disfrazado de calendario, estimule las cavilaciones, inmersos en festejos, comidas y regalos. Pero hay estampas que comprometen el pensamiento: el abrazo del regreso, el beso de un cariño manifiesto, no siempre bien expresado, el hueco de quien nos dijo su hasta luego... Sobre todo, ese arañazo en el alma que busca aliviarse con un nuevo abrazo y el cruce de las sonrisas tibias. Los cromos se van pegando así en el álbum de imágenes que conforman el recorrido de los meses, fogonazos en esos encuentros súbitos con los recuerdos.

Pinceladas que perfilan de colores diversos los instantes de otro año más; brochazos que dan forma al cuadro de toda una vida.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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