Redactor jefe de Organización y Cierre de HERALDO DE ARAGÓN

Paseo invernal junto al río

Río Aragón-Subordán
Paseo invernal junto al río
Rafael Gobantes

El día amanece despejado en la vertiente sur del valle del Aragón. Al norte, sin embargo, las brumas caracolean empujadas por las ventiscas y esparcen sobre las crestas pirenaicas las anheladas nieves. Hasta que se quedan quietas a la altura de Villanúa, bloqueadas por los 2.886 metros del macizo de Collarada, que refulge blanquísimo hacia el mediodía entre la inmensidad de la cordillera. 

El sol se refleja vibrante en la imponente ladera nevada y te acaricia el rostro un cierto calorcillo, que se esfuma al instante ante el frío intenso que azuzado por el viento afila las orejas e invita a apretar la marcha en este paseo invernal junto a un caudaloso río Aragón, que baja cargado y con brío.

Recorro en compañía de un paisano la zona del Juncaral, en cuyas orillas se observan todavía los efectos de la potente avenida que la borrasca Ciarán –con hasta 130 litros en 12 horas en algunos puntos del Pirineo– dejó el segundo día del pasado noviembre. Las bravas aguas se llevaron por delante unas escolleras aguas abajo de la villa pirenaica. El río entró en las instalaciones de ocio del ecoparque, destrozó el canal de canoas y arrebató al bosque veinte metros. Ahí siguen los árboles caídos y las piedras y cantos rodados sedimentados en notables acumulaciones en medio del cauce. Casi dos meses después, los daños provocados por la crecida siguen visibles en la ribera carcomida por la corriente.

"Antaño, una vez pasada la riada, los vecinos bajaban para recoger madera para sus hogares y grava para las obras y se limpiaba el cauce. Hoy hay que esperar a que actúe la autoridad hidráulica", me explica mi amigo lugareño, no sé si como constatación de la sabiduría de la inteligencia colectiva de quienes sobreviven en el medio rural o como denuncia de las contradicciones que no pocas veces nos depara el mundo moderno. Sobre la rama de un pino abatido por la fuerza del agua, un cormorán que acaso nos espiaba salta de su escondrijo al vernos aparecer en la orilla. Otros dos sobrevuelan después el cauce aguas arriba. El río sigue su vida, indiferente a nosotros.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Mariano Gállego)

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