Por
  • Carmen Herrando Cugota

Grandezas impostoras

Grandezas impostoras
Grandezas impostoras
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En su ‘Segundo discurso sobre la condición de los grandes’, se refiere Pascal a dos tipos de grandezas: las grandezas por designación y las grandezas por naturaleza. 

Las primeras vienen dadas por voluntades humanas; el sabio francés las presenta como aquellas que honran ciertos estados y suponen "dignidades y respetos". Son las grandezas asignadas a quienes desempeñan funciones de autoridad, están al frente de instituciones o reciben en confianza cargos de responsabilidad. Las grandezas por naturaleza, sin embargo, "no dependen de la fantasía o arbitrio de los hombres", sino que se fundamentan en "cualidades reales y efectivas del alma" por las que unos son más dignos de estima que otros. Pascal pone ejemplos: las ciencias, la viveza de espíritu, la virtud o la salud.

La dignidad de quien ejerce un cargo político requiere que se le trate con un protocolario respeto

Es claro que estos dos tipos de grandezas responden a órdenes de muy distinta índole, y por eso les debemos respetos diferentes. Las grandezas establecidas por conveniencias humanas merecen un respeto institucional, protocolario incluso, formal, preciso para una convivencia elemental que facilita la buena marcha de las sociedades. Y responden a normas establecidas de forma consensuada, de manera que hasta ellas se remontan las primeras bases del Derecho. Por sus grandezas naturales, en cambio, honramos a las personas por ellas mismas y muy especialmente por los valores que encarnan. A estos valores se los conoce como valores morales; son los que las personas adoptan, cultivan y hacen suyos, elevando así su altura moral. Las grandezas naturales se plasman en calidad y calidez humanas y en la impronta ética que dejan quienes ejercen con humanidad y eficacia las tareas del puesto encomendado.

Pascal insiste en que "los respetos naturales sólo a las grandezas naturales son debidos". El problema se presenta cuando las grandezas por designación no están a la altura de las grandezas naturales, y el político, pongamos por caso, no encarna esa probidad moral que tendría que estar a tono con lo elevado de la responsabilidad del cargo que le ha sido confiado. Los ciudadanos hemos de exigir a nuestros políticos que sean al menos virtuosos y buenos representantes de la soberanía que, al fin y al cabo, en nuestras democracias representativas, les viene otorgada por todos y cada uno de nosotros, habitantes de los lugares en los que ejercen sus ‘grandezas’ por designación.

Pero el respeto humano profundo no se gana por el cargo que se desempeña, sino por las virtudes morales que uno cultiva y manifiesta

Siguiendo estas consideraciones, Pascal razona así, dirigiendo sus palabras a un supuesto señor duque: "No es necesidad que yo os estime a vos por el mero hecho de ser duque; pero es obligación que yo os salude. Si vos, a más de duque sois un hombre honesto y probo, entonces yo rendiré el homenaje de mi estima a una y otra de estas cualidades. Y no os rehusaré en modo alguno los homenajes y reverencias que os son debidos por vuestra condición de duque y mucho menos la estimación que os es debida en cuanto hombre honesto". Pero si resulta que sois duque sin la condición de hombre honesto –añade– "no delinquiré sintiendo por vos el menosprecio interior que merece la bajeza de vuestro espíritu y comportamiento". Con esta reflexión nos sitúa frente a los políticos que capitanean las instituciones, y nos lleva a preguntar a cada uno de ellos: ¿esas ‘grandezas’ que os otorgamos van acordes con vuestra propia grandeza natural? Si todos y cada uno de los señores diputados nos representan a todos los ciudadanos, aunque no hayamos votado a su partido, obligado es que les exijamos el ‘pascaliano’ equilibrio entre la dignidad de sus cargos y la altura moral de sus personas. Por fortuna, hoy tenemos muchos medios para dejar constancia de estas reclamaciones, tan imprescindibles. Resulta evidente que, sin suficiente probidad moral, quienes ejercen ‘grandezas por designación’ sólo merecen nuestro desprecio, pues la grandeza por designación sólo viene legitimada por la integridad ética.

Esta reflexión quiere rendir homenaje a Pascal al finalizar el cuarto centenario de su nacimiento (Clermont-Ferrand, 1623). Ojalá el recuerdo del gran matemático, físico, ingeniero, pensador, hombre de letras, etc., nos lleve a releer sus ‘Pensamientos’, en los que no dejaremos de hallar luz.

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