La defensa del bien común

La defensa del bien común
La defensa del bien común
Pixabay

Al margen de mi ideario político, incapaz de encontrar acomodo en la amalgama de siglas del actual panorama partidista, me he sentido estrechamente vinculado a aquellos que se han dejado la vida en defensa de sus ideales. Aunque sean el reverso de los míos. 

Y, consciente del limitado recorrido de la memoria, no dejo de alimentar mi formación y la información respecto a dramáticos sucesos que conforman un mural de historias de duelos con la firma de los sicarios y el nombre sus víctimas. Ejemplos de entrega que nadie puede permitirse olvidar.

Los afectos particulares y el desinterés general –envuelta la sociedad en atenciones superficiales– no tienen dificultad en ocultar la dolorosa realidad de los méritos de quienes pusieron en peligro sus vidas en defensa del bien común. Y las perdieron.

Las hemerotecas están repletas de informaciones que detallan, sin la distinción de signos políticos, vidas truncadas en la defensa de los valores que han permitido una estabilidad política dentro de un marco de libertades. Ni es posible –desde luego, tampoco justo– apestarlos, ocultar sus rostros, ni hacerlos olvidados a cambio del plato de lentejas de un puñado de sillones.

Más allá incluso, si fuera posible, de retretas jurídicas y atajos legales que cuestionan la fortaleza de la estabilidad democrática, se me parte el alma al ver cómo quien debía comportarse como hermano –amparado muchas veces por unas mismas siglas, y en ocasiones por otras– deshace su fidelidad para entrelazar su sonrisa con quienes avalaron duelos profundos. El dolor de miles de familias, supongo que hoy mucho más desconcertadas e impotentes que yo mismo.

Hace mucho que perdí la sorpresa, probablemente cuando se me escapó la inocencia política; cuando descubrí la facilidad con la que se sobrepasan los muros y las barreras. Y el anclaje no es el bien común sino la ocupación particular. A pesar de todo, encuentro quiebras en esa misma relatividad: porque alineado en el escepticismo político, sigo convencido de que no todo vale. Y estoy seguro de que ni mucho menos soy el único.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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