Por
  • José Ángel Bergua Amores

España

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Para el psicoanálisis la nada es la falta que constituye al sujeto. Deriva de la discordancia motriz y la consiguiente falta de completitud de los humanos recién nacidos. Esto se debe al gran tamaño de nuestro cerebro. 

No le ha quedado más remedio que continuar creciendo y terminar de formarse fuera del vientre de la madre, ya que la estrechez de su pelvis impide que la criatura pueda salir mínimamente completada y apta para vivir, como ocurre entre el resto de los mamíferos. La experiencia de esa ineptitud constitutiva es tapada retrospectivamente con el fantasma. Más allá de la escena concreta que evoque, su significado general y último es que, ante la Nada, por más que el ‘infans’ lo espere, el padre no puede hacer nada.

Una vez asentado el fantasma, aparecen las fantasías, encargadas de inscribir al yo recién constituido en un conjunto estructurado de referentes que se irán articulando a la vez y al mismo tiempo que proporcionen cada vez más fundamento a dicho yo, al final convertido en un cúmulo de identidades tras las que latirá, en cada una de ellas, la falla del origen. Tras este trabajo ya tendremos al sujeto normalizado que habita y nutre el orden social. Sin embargo, dicho orden no es solo el resultado de la mera agregación de sujetos.

La sociedad es heterogénea e indeterminada

En lo social, la nada son las gentes. Se caracterizan por su radical heterogeneidad, su permanente inestabilidad y su carácter absolutamente situado, todo lo cual las convierte en indeterminadas, pues no hay homogeneidad, estabilidad ni abstracción suficientes como para proporcionar ninguna identidad ni completitud. Aquí, el fantasma, también retrospectivo, está constituido por escenas que amenazan esa plenitud que nunca existió. El responsable del fracaso es el Estado, tan impotente como lo es el Padre en el plano individual. En este caso, impotente para fundamentar, tal como es su cometido, un ‘nosotros’ que sostenga a la sociedad.

Del Estado se dice que ampara a dicho ‘nosotros’ amenazando con usar la violencia contra los ‘otros’. Sin embargo, los ‘otros’ son solo una invención. En efecto, del mismo modo que el padre crea una falsa seguridad frente a un exterior peligroso, pues la inseguridad no está fuera del ‘infans’ sino en él mismo, así el Estado dice velar por el nosotros frente a la amenaza de los otros, cuando la inconsistencia es inherente al nosotros. Sobre el fantasma que constituye al Estado se crearán después fantasías, como la Nación, siempre significadas en términos entre épicos y victimistas, que proporcionan un sustento imaginariamente más denso al nosotros recién inaugurado. El problema es que, de la ‘Nación’, como consecuencia de la mayor abstracción, homogeneidad y estabilidad que se les impone a las gentes, pueden emerger colectivos que no se reconozcan en dicha fantasía y aspiren, unas veces a realizarla plenamente para quedar definitivamente incluidos en ellas y otras veces a imaginarse fuera, en un nuevo y mejor ‘nosotros’. Tras esas nuevas fantasías también latirá, como sucede en el sujeto, la falla original. En este caso, la impotencia del Estado para crear su sociedad.

Las ideas de Estado y de Nación
intentan generar homogeneidad y estabilidad, pero resultan demasiado abstractas

Las psicologías y ciencias sociales, producto del mundo que con sus explicaciones contribuyen a reproducir, apenas son capaces de llegar al nivel de las fantasías, pues no cesan de usar las identidades, los intereses y el derecho para explicar cualquier conflicto. Eso es precisamente lo que sucede con la crisis que, desde su constitución, padece España. El psicoanálisis y las reflexiones sociales más audaces llegan al fantasma y proponen ‘curar’ a los sujetos y a la sociedad haciéndoles reconocer que el fantasma no es cierto y que tras el padre y el Estado no hay nada.

Por lo que respecta al sujeto, las sabidurías orientales van más allá. Proponen zambullirse en dicha nada provocando que el yo desaparezca. De un modo parecido, muchas iniciativas de los movimientos sociales atraviesan el fantasma estatal y disuelven la sociedad en las gentes, que no son sino su nada. En ambos casos es necesaria la imaginación. Pero no en su versión reactiva, sino en su variante proactiva. Mientras aquella ve la nada como falta y no cesa de ocultarla, esta no la pierde nunca de vista y le otorga un carácter fundador.

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