La política, y no en su mejor versión, acapara desde hace meses la actualidad española. Y sin embargo, también la economía debería darnos que pensar, porque puede proporcionarnos en el futuro próximo más de un dolor de cabeza. A los ciudadanos y también al naciente y pimpante nuevo Gobierno de Pedro Sánchez. En la superficie, la economía española va bien, o incluso muy bien. Crece el PIB y crece el empleo. Aumenta, gracias a la inflación, la recaudación fiscal y Sánchez puede dárselas de dadivoso haciendo regalos aquí y allá, aunque luego muchas veces el envoltorio brille más que el contenido.

Pero no se puede olvidar que muchos hogares han tenido que encajar una drástica pérdida de poder adquisitivo. Y sobre todo, no se debe pasar por alto que el crecimiento económico se apoya en un gasto público y un endeudamiento que solo han podido sostenerse en estos años gracias al apoyo del Banco Central Europeo y a las transferencias de fondos que la UE puso en marcha con motivo de la pandemia. Muy pronto, ya, tocará ajustarse el cinturón.

Lo recordaba, por ejemplo, hace poco la directora del FMI, Kristalina Georgieva, refiriéndose a Francia, Italia y España. Y habrá que ver si Europa mantiene en adelante políticas expansivas o si vuelve con fuerza a exigir disciplina fiscal. La crisis presupuestaria que ha surgido en Alemania o la victoria de la extrema derecha en los Países Bajos, dos países tradicionalmente frugales, no invitan a ninguna certidumbre.