Ranas hervidas

Ranas hervidas
Ranas hervidas
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En mitad del barullo que hoy agita España habría que preguntarse sobre la relación entre la perspectiva, que tanto conviene en general al análisis de las cosas, y el compromiso, sobre el que se sostienen los principios. 

Se trata de medir la distancia, de buscar en el juego incierto de lejanías y cercanías las verdades honestas de lo que ocurre . El dilema no es nuevo y hasta explica algunos de los episodios más negros de la historia contemporánea, como la recurrente denuncia de pasividad social que permitió el ascenso del nazismo en la Alemania de los años 30.

Hay que asumir la significación del peso enorme del presente, de cada presente, para entender las dificultades que entraña calibrar esa distancia. ¿Somos capaces de apreciar la gravedad cuando el momento lo requiere? La ignorancia de hoy puede ser en el futuro un abismo de vértigos insospechados. El esfuerzo de sobreponerse a la cotidianidad en la que se diluye lo trascendente –algunos llaman a eso clarividencia– perfila también heroicidades, como el ejemplo bien conocido de Ángel Sanz Briz que Antón Castro recordaba en esta misma página hace una semana.

La indiferencia impera sin dificultad en un presente saturado de reclamos y ofertas y a través de ella se justifica también la ausencia de reacciones que en otro momento parecerían lógicas. Se comprende muy bien con el pintoresco síndrome de la rana hervida, que dice que si una rana se introduce en agua hirviendo saltará rápidamente pero si se la mete en agua tibia que se va calentando poco a poco hasta llegar a su ebullición, no percibirá el riesgo y acabará cociéndose sin más.

En la sucesión de hechos que animan desde hace unos años la política española y especialmente en lo referido a la situación de Cataluña, cabe preguntarse si no estamos ya en la cazuela como ranas ignorantes. La desfachatez que percibimos de cuando en cuando en las decisiones y las argumentaciones de algunos responsables políticos y su nutrido grupo de corifeos no suponen sino el aumento gradual y calculado de la temperatura. Lo más triste del cuento no es que la rana muera cocinada de forma tan poco digna, sino esa ignorancia que le lleva a creerse a salvo, en el agua que la rodea, de cualquier fatal consecuencia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Alejandro E. Orús)

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